La figura de Ortega qua filósofo-ciudadano es el eje de este libro, que nos sitúa ante una alternativa ineludible: o reconocemos que Ortega ha superado fórmulas filosóficas, intelectuales y políticas inservibles para construir una nación democrática o, por el contrario, seguimos instalados en la ideología que lo convierte en un pensador sospechoso de haber caído en todos los males del progresismo o del conservadurismo. Los combates en torno a su genio en la vida pública fueron siempre tan fieros que resultaba difícil saber exactamente sobre qué debatían los contendientes. Quienes hablaban a su favor, a veces, eran considerados progresistas y otras, reaccionarios; al poco tiempo se cambiaban los papeles: los que hablaban bien de él eran llamados reaccionarios, y quienes lo hacían en contra, progresistas. Durante la Transición, y aún hoy, estaban los «liberales» de sangre roja nunca dispuestos a perdonar -lo dicen así ellos mismos- que Ortega hubiera regresado a la España de Franco. El ruido de ese falso debate impedía averiguar las grandes aportaciones del filósofo para superar los males de nuestra época.
Este libro defiende tres tesis. Primera y fundamental: Ortega está fuera de la agenda cultural y educativa de España, porque se rechaza su principal aportación a la filosofía política, a saber, la crítica al idealismo es vacía sin el cuestionamiento de la experiencia «totalitaria» (comunismo y fascismo) y morbosa (populismo y nacionalismo) de nuestra época, y viceversa: la crítica al totalitarismo y el populismo es ciega sin el rechazo del idealismo, es decir, de las perversidades que lleva aparejada la modernidad. Segunda y dramática: su idea de España ha fracasado estrepitosamente entre las elites intelectuales y políticas del postfranquismo; no se refiere a un «fracaso subjetivo» sino a la derrota de una sociedad que ha dado la espalda a su mayor pensador. Tercera y paradójica: su pensamiento es tan actual, su vigencia tan filosófica, que sigue siendo el filósofo más leído de España. Su influjo es de tal consistencia entre los grandes escritores y filósofos del siglo XX que no se concibe nuestro tiempo sin Ortega. Su “escuela” no tiene parangón en el siglo XX ni por el número ni por la calidad de los discípulos que, a veces, consiguen superar al maestro.
Las “pruebas” filosóficas de El gran maestro se ordenan en tres apartados. El primero construye una crítica a la ideología sobre el filósofo Ortega. El segundo se centra en su retirada de la vida política. El tercero muestra la revisión del filósofo de su propia obra. He aquí un recuento filosófico de su filosofía política como teoría de la democracia. Es su principal legado para que una sociedad construya, quizá reconstruya, su bien común más deteriorado: el Estado-nación, una España democrática de seres humanos libres e iguales ante la ley, en el espacio supranacional de la Unión Europea.
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