José Toro es culpable porque hace una poesía de esquinas. Gracias a los recovecos de su memoria —que es la memoria de su hermano— el artista urde un complejo juego, donde el dolor y la belleza en ocasiones se funden, se abrazan… en otras se evitan, discuten o simplemente se desvanecen. El poeta encuentra en la ambivalencia del juego y en los pasos pueriles que nos introducen en la vida ese mismo asombro ante la muerte. La memoria en manos de Toro es una bestia dormida, un formidable suspiro que invita a pensar cuáles son los gestos y los recuerdos que construyen el archivo.
Estamos ante uno de los obituarios más conmovedores de la poesía española contemporánea. José Toro comparte el retrato ácido de la muerte de un hermano a través de esta miscelánea de recuerdos, confabulaciones y veladas que se reproducen en los momentos de final de vida. Con una increíble audacia el poeta es capaz de condensar los sentimientos encontrados de la pérdida con una idea férrea de memoria que sostiene cada uno de sus versos.
El recorrido que José Toro traza alrededor de la enfermedad es un archivo fotográfico repleto de combinaciones donde conviven la ternura, la nostalgia o los olores ácidos del hospital. Así es como Cruel amapola une palabra e imagen presentándonos a un artista polifacético y consolidado. Acompañados por su mirada particular, el artista nos conduce por un espacio inacabado de destellos fugaces. Un alarido de fuerza y vida necesario.
«Tú que fuiste el más listo para perecer /igual que desaparecías los fines de semana /y volviste un lunes, divinizado».
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