La luz tras la tormenta. A propósito de Un brillante rayo de oscuridad, de Ethan Hawke

22/01/2024

Para soñar con la eternidad, el ser humano pedirá unas alas; hay escritores a los que les bastará con una pluma para poder levantar el vuelo. Y a veces, en ese viaje, serán capaces de llevarse al lector prendido en las palabras. Si un libro te encuentra antes de que salgas a buscarlo es debido a prodigios como éste.

Hay quien sostiene que en los últimos tiempos tenemos una tendencia natural a explorar campos que nos son ajenos como una forma de descubrir la propia interioridad y, si el desafío no funciona, dejamos una estela de frustración orbitando alrededor de nuestro ego. Pero Un brillante rayo de oscuridad es la prueba de que cuando el arte, independientemente de su alquimia, impregna nuestra naturaleza, se puede obrar el milagro de una novela solvente. Ethan Hawke, el actor y director de cine, parece descubrir en un momento de madurez creativa que el espejo es el primer auditorio al que un hombre debe enfrentarse, y que una vez tienes claro qué quieres contar, el camino para hacerlo no es necesariamente el que el público espera, sino el que el corazón decide transitar. Sin duda, en su literatura ha encontrado el modo de conectar con una mortalidad que el éxito nos hace olvidar a menudo.

Es posible que los motivos que me han hecho tan permeable a sus páginas hayan sido las múltiples fisuras que deja ese empoderamiento femenino que empieza a colonizarlo todo. Sin embargo, por una de ellas se ha filtrado una voz honesta y una mente masculina con mucho que compartir, y que lo hace con la certeza de que no hay verdades absolutas, pero sí realidades que, cuando se entregan sin filtros y desde las entrañas, son una ventana perfecta para entender de qué modo nos relacionamos unos con otros.

El protagonista de la historia es un actor, William Harding, que inicia un proceso de inmersión en su infierno personal. Un perfil que el autor, por razones obvias, conoce y maneja a su antojo, y al que otorga una humanidad tan palpable, tan física, que se introduce en la piel del lector.

El mundo de la interpretación serpentea entre las grietas de un divorcio alentado por una infidelidad y, en este terreno fuera de lo común, el personaje se ve expuesto al escarnio que la fama impone, y a una trampa de alcohol y drogas a modo de salvavidas imaginario para todas sus inseguridades.

Es entonces, en medio de esa necesidad de alimentar su masculinidad con sexo de prosa explícita, y soportando el peso de la decepción y del pasado sobre los hombros, cuando la trama enlaza de manera indefectible lo mundano con lo divino. Y así comparece, como elemento redentor, el arte en toda su dimensión, a través de la obra de teatro que va a representar: Enrique IV, partes I y II.

Este crecimiento en paralelo del protagonista del libro y del personaje secundario que interpreta sobre las tablas nos permite recorrer los entresijos de Broadway, desde las conversaciones terrenales bajo la blanca bombilla de un camerino hasta el fulgor de los focos, donde la materialidad se esfuma como por arte de magia y sólo queda el espíritu, la esencia última de la obra.

No puede ser casual que para esta catarsis de emociones Hawke haya elegido a Shakespeare. El dramaturgo inglés abrió una puerta que dejó pasar a lo largo de los siglos todas las pasiones conocidas y que unió la realidad de su tiempo con nuestro presente. En sus letras se reflejan nuestras fortalezas y debilidades con tal intensidad que parecieran estar transcurriendo en este justo instante. Si hay algo que cautiva de su pluma es la sabiduría con la que aborda los dilemas del devenir humano, igual que una tempestad que agitara el entendimiento.

Esa es la trama sutil con la que el autor de Un brillante rayo de oscuridad permite a su alter ego mostrarse al desnudo, con todas sus contradicciones y flaquezas. El hombre es un asustadizo camaleón hasta que se acerca lo suficiente a la luz. Entonces, su sombra lo convierte en un dragón sobre el escenario.

La metamorfosis que transforma la rabia de William Harding en un ejercicio de aceptación hace que esta novela requiera de una lectura reflexiva y a la vez impaciente. Como si cada una de las voces que afloran en ella —familia, amigos y compañeros de oficio— nos diera la clave para recobrar la fe perdida o para sanar las heridas del pasado, todavía abiertas, a la espera de cicatrizar.

Sin embargo, la verdad se abre paso de una manera mucho más sencilla. Lo que somos, o lo que podemos llegar a ser, tan solo lo definen nuestras propias experiencias de vida y la determinación personal de cambiar las cosas. No importa cuánta oscuridad necesitemos para encontrarnos. Mil veces seguiremos pisando la misma sombra, pero la luz que proyectamos será inalcanzable.

María Posadillo
escritora

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