El libro más antiguo que conservamos de toda la historia de la humanidad es La Epopeya de Gilgamesh. Existe escritura anterior, pero son listas de comerciantes o almaceneros o contables, largos elencos con cuentas sobre trigo, cebada o ánforas. La Epopeya de Gilgamesh fue escrita entre el año 2800 y el 2200 antes de Cristo y narra una historia, la historia más antigua del mundo, ya que no conservamos nada anterior. En ese texto se nos habla del poder, del amor y la amistad, de la muerte y de la búsqueda de la eterna juventud como contrapartida al carácter finito del hombre. No deja de resultar curioso que en este libro ya aparece un debate, un intento de dirimir diferencias entre un coro de hombres ancianos y el protagonista, Gilgamesh. Aquellos invitan a la prudencia, este no hace sino apostar por la osadía. Vemos, pues, que las discusiones sobre los asuntos humanos son las mismas hoy en día que hace cuatro mil quinientos años. Nihil novum sub sole. Ahora bien, el motivo por el cual traemos a colación un libro como el Gilgamesh es porque nos sirve de ejemplo redondo para explicar la idea principal que tratamos de transmitir: la enorme fuerza evocadora de los libros. Leyendo la narración más antigua del mundo podemos comprender los sentimientos de los hombres que la pusieron por escrito. De la misma manera que ellos proyectaron para la posteridad la historia que querían contar, nosotros, ahora, recibimos esas palabras escritas y las introyectamos como parte de nuestra propia mismidad, de lo que somos, a pesar de los milenios que nos separan. Los libros son una prolongación de nuestra inteligencia, como diría Borges, pero también de nuestros sentimientos, de nuestra forma de comprender el mundo. Un libro es un fiel compañero, siempre te enseña algo, nunca se queja y es la mejor ventana que existe para dejar volar la imaginación. La imaginación, esa herramienta insustituible, exclusivamente humana (ni las máquinas ni los animales pueden imaginar nada), se ve alimentada y potenciada por las páginas de un libro. No existe videojuego que se le parezca, por mucha resolución que se les ponga a sus imágenes. Por eso, cuando leemos un libro y nos dibujamos en la mente algún personaje o situación, la mayor parte de las veces que luego vemos ese mismo personaje o situación trasladado a otro lenguaje comunicativo, como una película, por ejemplo, nos sentimos defraudados. No hay manera posible de que una película cumpla con las expectativas mentales que cada lector se haya podido hacer leyendo el libro que ha servido de inspiración al filme. Existen multitud de formas de leer, como así también existen multitud de tipos de cosas que leer. Por ejemplo, en ocasiones la trama de un libro se vuelve tan irresistible que no podemos abandonar su lectura, lo cual ha llevado a más de uno a perder valiosas horas de sueño por leer cómo se suceden los acontecimientos en las páginas de un libro. Sobre este asunto, considero que hay dos cosas por las que bien vale la pena perder horas de sueño: una es un buen libro, la otra es el amor. Por otra parte, existen libros que nos obligan a leer como comen las gallinas, como diría Eduardo Galeano, esto es: lees un párrafo o una línea, levantas la cabeza para pensar lo que quiere decir, lees otro poquito, vuelves a levantar la cabeza para digerir lo leído. Este tipo de lectura requiere de más paciencia que el anterior, pero también permite interiorizar tremendas ideas que pueden acompañarle a uno el resto de la vida… Y esa es otra de las ideas que quiero compartir aquí. Hay imágenes que los libros plantan en la cabeza de uno y dejan una huella indeleble. Cuántas escenas tremendas no habremos imaginado leyendo algunas páginas, escenas que quedarán para siempre con nosotros y nos acompañarán hasta la tumba, que nos permitirán pasar los malos ratos que suele traer la vida y que nos ayudarán a aumentar la risa cuando esa misma vida que nos hace sufrir decida hacernos reír. Aquí, a vuelapluma, me acaba de venir a la memoria la despedida de Los tres mosqueteros, o la bomba que cae en la casa de La ladrona de libros o la ira de Aquiles cuando Agamenón le arrebata a Briseida en La Ilíada. Imágenes grabadas en mi psique gracias a los libros. Resulta curioso, y con esta idea cierro este texto, que los libros han acompañado a la humanidad prácticamente desde los albores de la civilización. Casi cinco mil años de viaje en común que han hecho la travesía más llevadera, más entretenida, más feliz. Manuel Bermúdez es autor, entre otras obras, del Manual de debate editado por Berenice. |
Doctor en Filosofía y escritor |
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