Toda narrativa precisa de una lengua para encarnarse, que a su vez hace uso de las herramientas que la capacidad del lenguaje le proporciona. No debemos confundir lengua con lenguaje, como analizaremos en estas líneas que pretenden compartir las leyes básicas del lenguaje que articulan cualquier acto de comunicación. El lenguaje es una de las más poderosas potencias de nuestra mente. Sin realizar ningún esfuerzo aparente, entendemos al instante los mensajes que nuestro interlocutor nos hace llegar. Al responderle, encontramos con idéntica premura las palabras precisas, colocadas y relacionadas según las reglas gramaticales de una lengua. Esa operación, que tan fácil nos parece, esconde en verdad un complejísimo proceso simbólico que ni siquiera las computadoras más potentes son capaces de reproducir. Formamos nuestros pensamientos mediante el uso del lenguaje, avanzamos con los razonamientos al enlazar frases. Para que algo deje de ser una intuición y se convierta en una idea, es preciso que seamos capaces de traducirla al lenguaje. Pensamos con palabras. Para avanzar en nuestros pensamientos precisamos el andamiaje de las frases. Aunque existen otras formas de pensamiento intuitivo, el lenguaje configura la estructura básica de nuestro razonamiento interno. El hombre es un diálogo interior, escribió Pascal. Kant definió el pensamiento como la capacidad de hablarse a uno mismo. Sin lenguaje no existiría el pensamiento ni la cognición compleja. El lenguaje no sólo es una función mental, sino que es la herramienta que articula y que nos permite interrelacionar en la práctica con nuestro entorno social. El lenguaje nos posee en nuestro interior y nos envuelve en el exterior. No podemos sustraernos a él. El lenguaje nos rodea, nos configura. Pensamos y nos relacionamos con él. Somos lenguaje, no podemos substraernos de la red que nos atrapa. Somos lenguaje, y hablar del ser es, también, hablar de la palabra que lo define. El lenguaje sería, en última instancia, uno de los objetivos últimos de la filosofía y de sus materias más profundas. El lenguaje no es fruto del pensamiento, es el creador del mismo. El lenguaje es forma y fondo creativo. Platón repetía que el pensamiento en un diálogo del alma consigo misma. Conocemos lo que nos circunda a través del lenguaje, necesariamente la realidad que percibimos se impregna de lenguaje y participa de su esencia. El lenguaje es una facultad mental prodigiosa. Traducimos de manera instantánea sonidos o signos con significados que retenemos en la memoria, que deducimos por el contexto o que aprendemos a lo largo de las conversaciones que mantenemos. Pero nuestra capacidad para el lenguaje precisa de determinadas estructuras para hacer comprensible un mensaje, más allá del significado individual de las palabras. Para que un discurso sea entendible y coherente, es preciso que sus elementos estén correctamente relacionados entre sí. La facultad del lenguaje, presente en toda la humanidad, se concreta culturalmente en las diversas lenguas. El sistema del lenguaje se concretó en las distintas lenguas en las que la humanidad se expresó a lo largo de cientos de miles de años para alcanzar la perfección actual, aunque desde sus mismos orígenes presentó todas las funcionalidades posibles. Una de las sorpresas que nos tenía reservada el estudio de las lenguas arcaicas y primitivas es descubrir que no son ni tan arcaicas ni primitivas, sino que contienen en su estructura, significantes y significados, toda la fuerza del lenguaje actual. Prácticamente todas las lenguas que en el mundo fueron poseían gramáticas y vocabulario plenamente desarrollados, consiguiendo abracar eficazmente todo el potencial necesario para la comunicación del momento y del lugar. Nuestra especie, propiamente dicho, nacería desde el momento que la capacidad de lenguaje se desarrolló en nuestra mente que se encarnaría poco a poco en las diferentes lenguas. La capacidad congénita que los humanos compartimos para el lenguaje hace que, a pesar del gran número de lenguas que existen, todas compartan algunos rasgos esenciales que las hacen no sólo por igual eficaces, sino traducibles entre sí. El arquetipo ancestral del lenguaje hace que todas las gramáticas de lenguas muy diferentes pueden reconocerse entre sí y traducirse. Las estructuras gramaticales, siendo muy diferentes en forma, son similares en lo esencial y genuinamente humano. La lingüística es la rama de la ciencia que estudia el origen, estructura, fundamentos y utilización del lenguaje. La RAE define a la lingüística como la Ciencia del Lenguaje. Existe una capacidad humana para el lenguaje, una estructura neuronal preparada para el lenguaje, que se encuentra por encima de la lengua concreta en la que nos expresemos. La capacidad para el lenguaje no es un producto cultural, sino un determinante biológico. Por eso, todos los humanos tenemos un cableado neuronal innato que nos empuja al lenguaje. Esos rasgos genéticos y generales para toda la humanidad se conocen como los universales lingüísticos. No conviene confundir la lingüística con la gramática, que estudia el buen uso de una lengua, mientras que la lingüística analiza los fundamentos del lenguaje humano en general. Distinguiremos cuatro grandes áreas en el conocimiento lingüístico: la semántica, que estudia el significado de las palabras y de las oraciones que construyen: la sintaxis, que analiza la disposición gramatical de las palabras en las oraciones, que no es sólo una cuestión de forma, sino que afecta a la estructura cognitiva del lenguaje; la fonología, que contempla el sistema fonológico de la lengua y, por último, la pragmática, que estudias las normas sociales en la que el lenguaje se usa y entiende. La prosodia estudia la forma en la que pronunciamos —tono, volumen, velocidad, pausas—, que también configura el acto de comunicación. Tanto la semántica —el significado de las palabras—, como la sintaxis —su orden correcto—, como la pragmática —el uso del lenguaje, lo que quieren decir en un contexto determinado— y la fonética y la prosodia —la forma en la que pronunciamos— son disciplinas que interesan a la ciencia de la comunicación, al igual que la semiótica. La semiótica es la ciencia que estudia los signos y su significado. Inicialmente, a través de Descartes y de Locke la teoría de los signos se basaba en la dualidad pensamiento-idea. Hoy esta dualidad entre signo y objeto se enriquece triangularmente con la necesaria incorporación del interpretante. El triángulo semiótico, en palabras más simples, se situaría entre los vértices del Pensamiento (concepto); Cosa (objeto) y Palabra (signo). En términos más generales entre Sujeto, Lenguaje y Mundo. En el nuevo lenguaje digital, la semiótica adquiere aún más importancia de la que ya gozaba en el lenguaje tradicional. De nuevo, la vanguardia ha de beber en fuentes clásicas. Al igual que hablamos de inteligencia emocional, también se podría contemplar la inteligencia lingüística, o sea, la inteligencia aplicada al mejor uso del lenguaje. La inteligencia lingüística resultará del todo fundamental para la ciencia y el arte de la narrativa empresarial. No hablamos un lenguaje, hablamos una lengua. La lengua existe como creación colectiva, pero tiene un uso individual. Cada persona piensa, escribe, habla con otros gracias a la lengua que nos pertenece a todos los que la hablamos. Para que una lengua tenga sentido, para que sea práctica —que a últimas instancias es su principal finalidad— debe tratarse de un patrimonio colectivo, debe ser hablada y entendida por un grupo amplio de persona. Una lengua individual no tendría sentido alguno. Por tanto, al igual que pensamos en la soledad, el pensamiento, gracias a la lengua, es también una actividad grupal. El uso individual de la lengua por parte de la persona no puede separarse de la superestructura colectiva que lo envuelve y contiene. La dimensión individual del lenguaje nos remite a la psicología, mientras que la colectiva a la sociología y a la antropología. La antropología, como ciencia que tiene por objeto a la humanidad, estudia a los pueblos antiguos y modernos y a su comportamientos, instituciones y estilos de vida. Como no podía ser de otra forma, el lenguaje tiene un gran protagonismo en la Antropología, articulada en cuatro ramos básicas: la antropología cultural o social, la antropología arqueológica, la antropología lingüística y la antropología física. El uso del lenguaje y la lengua son determinados —al tiempo que los condiciona— por la psicología de la persona. Pues esa misma lógica afecta a la persona colectiva. Para estudiar esa relación nació la sociolingüística. El uso del lenguaje nos inserta en la sociedad y cada grupo lo usa de una determinada manera. Cuando escuchamos a una persona hablar, no sólo podemos deducir cómo es, sino, también, de que ambiente geográfico, social y cultural procede. Ya hemos comprobado como la capacidad para el lenguaje es una facultad innata, mientras que la lengua que la concreta es una creación cultural, colectiva. La interacción cultural y social de nuestros antepasados creó la lengua que hablamos, pero la lengua también ha colaborado —y colabora— en que nuestra cultura sea como es. La interacción recíproca es tan fuerte, tan determinante, que resulta imposible separar la una de la otra. La cultura también es hija de la lengua que la envuelve. Las sociedades evolucionan, con ellas su modos y hábitos culturales, y la lengua, en permanente cambio, evoluciona en paralelo, como un ser vivo que es. En el seno de una lengua, puede convivir culturas distintas, que harán uso de ella de manera diferente y específica. De alguna manera, existe una tendencia humana a formar grupos, a identificarse con sus valores. Quedar excluido del grupo con el que se identifica le supone una grave pérdida al individuo grupal. Uno de los símbolos más poderosos y representativos de estos grupos es el uso singular de la lengua, de expresiones y palabras. El lenguaje tiene una función finalista: negociar, convencer, pensar, comunicar. Pero entre estos fines, o como la más importante de sus consecuencias, el más importante sea quizás el de aunar los lazos sociales. La lengua une a una sociedad bajo su manto, nos cobija, nos otorga sentimiento de pertenencia, nos permite vivir en sociedad, participar de sus afanes y preocupaciones. El lenguaje dice mucho del pensamiento —o al menos de la manera de ver el mundo— y del universo cultural de los hablantes. El lenguaje es un transparente registro del universo cultural del que proceden sus hablantes, sus prioridades y sus limitaciones. La narrativa empresarial, pues, no sólo deberá tener sabiduría lingüística, sino también inteligencia cultural, para conocer los factores culturales y sociales en la que se inserta y a la que va dirigida. |
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