Cuenta el autor que en cierta ocasión pidió en un estanco unos puros que se dejaran fumar, “fresquitos”; el estanquero le atendió con los humos propios de su malafollá y, al marcharse, comentó a su mujer con voz suficiente para que lo escuchara: “Ése se cree que está comprando boquerones”.
Con esta anécdota, no recogida en el presente libro, José G. Ladrón de Guevara nos explica que la malafollá existe en el alma de la ciudad como la Alhambra en su arquitectura. Todo se debe al virus malafornicius granatensis que él ha identificado tras años de ardua investigación, como bien nos explica en este tratado con su pluma suelta, ágil e incisiva, su fino humor y característica ironía.
La malafollá granaína es un libro de cabecera para el granadino y por eso vuelve a las librerías, ampliado y puesto al día. Un clásico por la intemporalidad del virus, hereditario y sin antídoto, de lectura imprescindible para conocernos y no hacernos mala sangre por nuestra forma de ser y modo de tratarnos. La malafollá es consustancial a nosotros como el senequismo a los cordobeses o el carácter trepa a los sevillanos.
Así que no pasa nada, hay cosas peores en la vida. Pero, ojo, que la malafollá sea autóctona de la tierra granadina no significa que no sea de fácil propagación entre los forasteros que nos visitan. Si está usted de paso y no viene vacunado, tenga cuidado con el virus. Una vez infectado no tiene tratamiento, y lo más probable es que lo contagie allí donde vaya. Y por supuesto, no piense que somos antipáticos o desagradables durante su estancia entre nosotros; es que tenemos malafollá, que es asunto bien distinto.
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