Todo libro entraña esencia de viaje. Viaje por las geografías y por los tiempos, en periplo de años o de siglos, de mano en mano o de biblioteca a biblioteca. Dicen que un solo volumen encierra tantos libros como lectores posee; tantas emociones, conocimientos, luces o tinieblas como miradas y lecturas recibió. Algunos libros nacieron, por voluntad de cuna o por los crueles designios del destino, para viajar de por vida. A ambos supuestos dedico estas líneas. Por una parte, a la historia imposible de una imprenta hebrea de finales del XV, que llegó a publicar bellísimos incunables hasta que la expulsión de los judíos dictó el destierro tanto para el impresor como para sus obras. Por otra, la iniciativa de una actual saga de impresores turolenses, los Perruca, que han impreso una singular obra para que el nombre de Teruel viaje hasta allá donde el destino las guíe. Los libros, como los seres vivos, nacen, crecen, se reproducen y mueren. El periodo de gestación, antes del alumbramiento, es largo y complejo. Una idea seminal germina en la mente del autor. Con esfuerzo lo transforma en manuscrito que editores e impresores transmutan en un libro propiamente dicho. Recordemos que un libro posee cuerpo y espíritu, estando conformado por un contenido y por unas formas –papel, tipografía, portadas, maqueta, ilustraciones y demás–. Tras el parto, una vez impresos, comienzan su azaroso periplo, que llevará a unos a manos de un lector empedernido o de un bibliófilo compulsivo, que lo cuidará en su nutrida biblioteca. Otros serán adquiridos por lectores más descuidados o, fatalmente, tendrán la mala fortuna de no llegar jamás a lector o biblioteca alguna, por lo que serán devueltos al editor, que se verá obligado a destruirlos para que su pulpa pueda reencarnarse en un nuevo libro, milagros de la reutilización y de la economía circular. La peor de las suertes la correrán aquellas obras que terminen en la basura o, peor aún, ardiendo en la pira de algunos de los muchos fanáticos que en todo tiempo y lugar existieron. Los libros nacen y mueren, como vemos, pero también crecen, gracias a los sucesivas reediciones y ampliaciones en su distribución. Y algunos se reproducen, pues inspiran obras posteriores, siendo citados como fuente de autoridad. Los libros, por tanto, nacen, crecen, se reproducen y mueren, pero todos ellos, y reiteramos eso de todos, viajan, en singladuras más o menos extensas, más o menos longevas, más o menos trascendentes. Los libros viajeros protagonistas de estas líneas ocultan, al tiempo, una historia tan hermosa como trágica. Allá por 1485 la imprenta que el judío Eliezer ben Abraham Alantasí acababa de instalar en Híjar (Teruel), daba a luz a sus primeros libros. Se trataba de la más temprana imprenta hebrea en Aragón y la segunda en la península. El azar llevó a Alantasí hasta Híjar. Nacido en Huesca, en el seno de una pudiente familia judía, recibió una esmerada educación que le convirtió en médico y talmudista. El amor a los libros y a los negocios lo impulsó a abrir una imprenta junto a Alfonso Fernández de Córdoba y Salomón ben Maimón Zalmatí, toda una innovación y reto en aquellos tiempos pioneros. Obtuvieron un éxito inmediato y sus obras fueron solicitadas y prontamente adquiridas. Consiguió tallar los tipos más bellos de la escritura hebrea y mejoró las técnicas de ornado e ilustración, con su característico colofón en forma de león rampante, la primera marca de impresor conocida. Un genial e innovador impresor que logró publicar incunables muy valorados en la actualidad, como El camino de la vida (1485), La Biblia hebra con las cinco Megillot y las Haftarot (1486), El sendero de sabiduría (1487), Profetas (1487), Pentateuco con comentario de Rashi (1490), todas ellas en hebreo sefardí. Sin embargo, los crueles vientos de la historia barrieron con saña sus ilusiones y esperanzas. El edicto de expulsión de los Reyes Católicos les hizo abandonar casa, imprenta y vida, para iniciar un desgarrador exilio. Suponemos su angustia al tener que dejar para siempre su taller de impresión, rumbo al parecer a Portugal, cargando algunos enseres y abundantes libros, suponemos, para tratar de comenzar una nueva vida. Prefirió marchar antes que convertirse en un dudoso converso, siempre bajo la mirada despiadada de la Inquisición. En 1492 le perdemos la pista y no sabemos nada más de su existencia. ¿Lograría restablecer su negocio en Lisboa, Ámsterdam o Tesalónica? No lo sabemos, aunque si que conocemos el destino de algunas de sus obras gracias a su esencia viajera. Así, por las muchas anotaciones y apuntes en sus incunables hebreos, conocemos de su itinerario y destino. Almazán, Pamplona, Madrid, Milán, Parma, Amadiya, Jerusalén, Filadelfia, Nueva York, Oxford, Frankfurt, Puerto Rico o San Petersburgo, por nombrar tan sólo algunos puntos de su viajar o de su destino, sin ánimo alguno de abarcarlos en su totalidad. Los libros viajeros –de geografías y tiempos– de Alantasí no quedaron tan solo como oscuro objeto de deseo de bibliófilos y coleccionistas, sino que, desde el presente, sirvieron de musa e inspiración para una de las iniciativas más hermosas en las que te tenido la oportunidad de participar en estos últimos tiempos, la de los libros viajeros de La soledad de Isabel, Los amantes de Teruel, que bien merece ser glosada en estas líneas. Mi historia comienza en Zaragoza, cuando David Gutiérrez, director general de la Caja Rural de Teruel, me propuso ser embajador de los libros viajeros. La iniciativa partió de los hermanos Perruca, Pablo e Ignacio, impresores, libreros y editores turolenses, cabeza de la saga de los Perruca, ya en tercera generación, todos unos clásicos del libro de la ciudad de Teruel. Quisieron unir su amor al libro con la pasión por su ciudad, la conocida como ciudad del amor. No en vano custodia la bellísima sepultura de los amantes de Teruel, protagonistas de la historia de amor más hermosa jamás contada, a la altura de la de Romeo y Julieta, narrada por el gran Shakespeare. Y para conseguir ese matrimonio entre libros viajeros y Teruel encargaron una novela histórica a la escritora Fabiola Hernández que debería tener como protagonista a Isabel de Segura, la enamorada de Diego de Marcilla en la Teruel de 1217. Aunque la historia de los amantes de Teruel ya ha sido mil veces contada, a los Perruca le interesaba la visión femenina de los intensos y trágicos acontecimientos de aquel amor imposible. Y así nació La soledad de Isabel. Los amantes de Teruel, que los Perruca editaron primorosamente, tanto en español como en inglés, en una cuidada edición bilingüe. Pero lo realmente curioso es que tan sólo se imprimieron ¡19 ejemplares!, detalladamente numerados. El 19 para ser depositado en el ayuntamiento de Híjar, origen de la iniciativa de los libros viajeros. Del 15 al 18 para el preceptivo depósito legal, que lo llevará hasta la Biblioteca Nacional, y del 1 al 14 para que, como aquellos libros de Alantasí, comiencen un azaroso periplo de destino incierto. Esos libros han sido entregados a catorce embajadores para que, una vez leídos, sean entregados a terceras personas que, a su vez, quedarán comprometidas a cedérselos a sucesivos lectores, en una cadena sin final previsto, que debe quedar recogida en la cuenta de X –antes twitter–, @14booksw, #libroviajero, #thetravelerbook, como testigo público del camino recorrido. Yo cumpliré mi parte y, una vez leído, le pasaré el testigo a alguien que sepa valorar y respetar la iniciativa. Seguiré su viaje posterior a través de la red social, un viaje similar al del mensaje en la botella que el náufrago de la isla desierta lanza al mar sin destino cierto, pero cargado de esperanza. A modo de sugerencia, me permití recomendarles que cada lector, además de subirlo a X, debería dejar su firma, la fecha y el lugar de lectura. Así tendríamos constancia en el futuro de su viajar por las geografías y los tiempos. Yo lo haré en el que temporalmente poseo, introduciendo una hoja en su interior en la que los sucesivos receptores podrán dejar, también, huella de su rastro. El libro se nos entregó a dos embajadores, al turolense Manuel Pizarro y a mí –sevillano-cordobés–, en un acto cálido, gozoso y fraternal celebrado en la casa de Aragón de Madrid, bajo la diligente hospitalidad de su presidenta Elena Usán. Actuó como maestra de ceremonias Marta Solano e intervinieron Pablo Perruca –su hermano Ignacio grababa–, David Gutiérrez, mi introductor, Emma Buj, alcaldesa de Teruel que nos desveló el infalible sortilegio del amor, Manuel Pizarro, palabras sabias, como siempre y el que estas líneas firma. Entre el numeroso y afectuoso público se encontraban otros dos embajadores, el nutricionista y aventurero Miguel Ángel Tobías, al que también me unían curiosas casualidades y el director de cine Miguel Ángel Lamata, todos ellos posando en la foto con la que acompaño estas líneas, en la que muestro un ejemplar de la obra viajera. También asistió Yolanda Barcina, que fuera alcaldesa de Pamplona y presidenta de Navarra. Qué bonito sería que, al menos, uno de estos libros viajeros, después de kilómetros y años, regresara hasta Teruel enriquecido por sus muchas lecturas y bibliotecas. Nada podemos saber a día de hoy salvo que los catorce libros han comenzado su camino – uno de ellos ya se encuentra en Nueva York – y que, a buen seguro, algunas sorpresas nos proporcionarán. Muchas gracias y enhorabuena a los impulsores de esta iniciativa de amor, al libro y a Teruel, y que desagravia, de alguna manera, el injusto exilio que trucó la espléndida imprenta que Alantasí instalara en Híjar allá por 1485. Y es que los tiempos pasan, pero el amor al libro perdura. Que así sea por siempre, amén. |
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