Visitamos la gran Peña de Alájar, o Peña de Arias Montano, uno de los nodos andaluces de obligada visita. Viajamos desde Aracena, con parada en Linares de la Sierra, el pueblo blanco de los suelos empedrados, las fuentes susurrantes y la poesía en sus paredes. El topónimo de Linares nos remite al agua y los manantiales; el pueblo, bien bautizado quedó. Y es que la arqueología de las palabras es una fuente de conocimiento tan preclara como evocadora. La sierra se eleva y se cubre con un denso monte mediterráneo húmedo. Encinas, alcornoques y castaños alegran y alivian la tarde de calor, que abajo, en el valle del Guadalquivir, debe resultar asfixiante. Entretenidos por las vistas de la serranía de Aracena, el tramo se nos hace corto, a pesar de sus muchas curvas. Y, de repente, surge nuestro destino. El gran cortado de la Peña de Arias Montano se eleva sobre el pueblo de Alájar, que significa roca, en árabe. Una carretera a la derecha nos eleva hasta ella. Situada a unos 750 metros de altitud, se trata de una enorme cresta calcárea, que sobresale sobre el pueblo de Alájar, que descansa a los pies de su precipicio. La cresta está coronada por una meseta, perlada por numerosos manantiales y horadada por más de cuarenta cuevas conocidas. Muchas otras, todavía sin nombre, aguardan la profanación exploradora de espeleólogos y arqueólogos. Un lugar tan singular, tan emblemático, con tanta energía telúrica, tuvo que llamar necesariamente la atención desde nuestra prehistoria más profunda. Desde su solemne balcón serrano se aprecia un amplísimo paisaje de serranías y montes, paisajes hollados por humanos desde la más remota antigüedad. Algunos trabajos arqueológicos demuestran asentamientos neolíticos, calcolíticos y romanos, lo que la convierte en un yacimiento arqueológico continuado. La Peña sobrecoge, dotada de una intensa aura espiritual. No en vano, desde siempre, fue lugar de retiro para anacoretas, penitentes y eremitas. Dicen que San Víctor se retiró a sus soledades en el siglo V. Destaca la ermita de Nuestra Señora Reina de los Ángeles, cuya romería, a principios de septiembre, atrae a peregrinos de varias provincias andaluzas y extremeñas, incluso de Portugal. El pueblo, orgulloso de su virgen y romería, luce en ventanales y puertas los carteles conmemorativos del centenario. No nos cansamos de repetirlo, los lugares sagrados son tenaces y la devoción a la actual virgen de los Ángeles descansa sobre mil devociones anteriores. La Peña tomó el nombre de su habitante más célebre, el gran polímata y políglota Benito Arias Montano (Fregenal de la Sierra 1527, Sevilla 1598), famoso editor de la Biblia Regia o Políglota de Amberes por encargo de Felipe II. Estudió en las universidades de Sevilla y Alcalá de Henares. Se ordenó sacerdote y en 1559 se retiró a la Peña de Alájar para estudiar a fondo las Sagradas Escrituras. Reedificó la antigua y sobria ermita preexistente, puso huerta, arregló el manantial y plantó una alameda en el acceso. La ermita funcionó como parroquia para las gentes del campo y los eremitas, oficiada el propio Arias Montano. Esos años de meditación y soledad impregnarían para siempre el lugar sagrado. Tras regresar al vértigo del siglo, la carrera de Arias Montano fue meteórica. Su docta fama lo llevó a participar en 1562 en el Concilio de Trento. En 1566 Felipe II lo nombró su capellán y le encargó la edición de una Biblia políglota. Sus diferencias con la Políglota de Alcalá y, sobre todo, con la tradicional de la Vulgata, levantó suspicacias e incluso denuncias, logrando, finalmente, publicarla en Amberes en 1572 bajo la impresión del célebre Plantino. Terminado este magno proyecto, el rey le encarga organizar la biblioteca de El Escorial, que aún hoy sorprende y enseña. Y es que Arias Montano siempre anduvo entre lo sagrado y los libros, entre los libros y lo sagrado. Por eso, sus enemigos lo acusaron de hebraizante e, incluso, de saberes esotéricos. Su imagen deslumbrante siempre estuvo ornada por un halo de misterio. Su producción intelectual es colosal, asombrosa. De entre todas ellas, destaco la traducción del viaje que hiciera el hispanojudío Benjamín de Tudela, porque recientemente publicamos en Almuzara una traducción actualizada por Robert Lanquar bajo el título Los judíos en las Rutas de la Seda según el libro de viajes de Benjamín de Tudela (2023). Arias Montano también publicó en nueve tomos su obra Antigüedades judías (1593), en los que analiza los nombres propios que aparecen en la Biblia tanto en caldeo, como en hebreo, latín y griego, todo un prodigio de erudición. Fue consultado por el obispo de Granada, al que recomendó prudencia ante el extraño suceso de los libros plúmbeos del Sacromonte, percatado de su falsedad. Quedémonos con el saber colosal –repetimos– de este gran humanista, que prefirió el sosiego de la lectura y escritura al vértigo del poder. Por eso, en 1584 renunció a todos los cargos y honores que gozaba en la corte para retirarse a Sevilla, donde moriría en 1598. Se encuentra enterrado en el panteón de sevillanos ilustres de la capital hispalense y su nombre aún reluce en nuestros días, que tal fulgor alcanzó en vida. Casualmente, antes de visitar la Peña, repasando bibliografía sobre la Atlántida, releí un libro curioso, iniciático, del teósofo Roso de Luna, titulado De Sevilla al Yucatán (Fundación Canaria 20, 2003). Sus protagonistas se trasladan hasta la Peña de Alájar para recibir la sabiduría del –a su parecer– gran cabalista Arias Montano. Lo dicho, ese halo de extrañeza que lo rodeó en vida y muerte. Pero abandonemos los textos mistéricos para regresar a lo comprobable, contrastable y medible de nuestro viaje. Una vez arriba, se aparca bien, junto a una fuente. Las penumbras de la densa alameda refrescan el ambiente y le otorgan una serena intimidad. Ascendemos por una escalera para llegar a la meseta superior que conforma un espectacular mirador sobre Alájar y las estribaciones al sur de Sierra Morena. Se respira una honda, antigua y transparente espiritualidad, encarnada en su ermita. La ermita tomó su aspecto actual en el XX, después de sucesivas remodelaciones y ampliaciones a lo largo de los siglos. La leyenda cuenta –y es un clásico– que la virgen se apareció a un pastor junto al manantial del lugar. La talla original de la virgen, gótica, del siglo XIII, fue destruida en 1936. La actual imagen se talló en 1937 por Antonio Illanes y es una copia fidedigna de la original. La visitamos con recogimiento y, siguiendo la tradición, dejamos unas velas encendidas como plegaria de luz. Alcornoques, castaños y otros árboles autóctonos cubren la explanada, donde destaca las ruinas de una antigua puerta de piedra –el arco todavía se mantiene de pie–, y una gran espadaña andaluza, de tres arcos, junto al balcón del mirador. Un monolito, de mampostería de piedra, oscuro y antiguo, nos llama la atención. Leemos lo escrito sobre una de sus caras: «ARIAS MONTANO mandó erigir esta pirámide y otra simétrica en su flanco izquierdo a gloria del rey Felipe II y de su secretario Gabriel de Zayas, agradecido a la visita que aquí le hicieron». El suelo calcáreo se encuentra horadado por cuevas y grutas, un laberinto entrelazado que pisamos sin ver. Las aguas subterráneas ionizarán las entrañas del monte con su cantar mudo. En el extremo oeste bebemos de una fuente que alimenta un pilar blanco. Tras un buen rato de visita, impregnándonos del espíritu del lugar, nos toca abandonarlo. Pasamos junto al edificio –no demasiado apropiado para el lugar– de las tiendas y la cafetería, y nos detenemos ante la cueva-manantial, situada frente al monumento de Arias Montano. Respiramos hondo; regresaremos, sin duda. Una vez en el coche, aún imbuidos en el alma de la Peña, descendemos hacia Alájar, donde teníamos alojamiento en la Posada de San Marco, bien puesta y mejor atendida. Existe otro lugar en Andalucía donde experimenté sensaciones similares, que, además, posee un nombre casi idéntico a la ermita de la Peña. Se trata del monasterio de los Ángeles, en la Sierra de Hornachuelos, Córdoba, declarada parque natural por su riquísima biodiversidad. El lugar se enclava en un saliente calcáreo, con múltiples caverna y manantiales, que vierten casi en vertical sobre el embalse del Bembézar. Sobre el antiguo monasterio y eremitorio se construyó, ya en el XX, un edificio mamotrético como seminario, que sería prontamente abandonado. ¿Por qué? ¿Por antiguas maldiciones, como algunos susurran, o, tal vez, por lo más prosaico de los pocos seminaristas y los muchos gastos? Quién sabe. El lugar se encuentra bordeando la ruina, con sus puertas y ventanas rotas y abiertas. Entre la maleza, logré bajar a varias de sus cuevas, antiguas moradas de penitentes. Algunas de ellas quedaban cerradas por una fina cortina de agua. Los travertinos conformados por veneros y rezumaderos se aprecian desde la distancia. El antiguo monasterio de los Ángeles es un lugar mágico, ornado por mil leyendas y foco de las gentes aficionadas al misterio y lo esotérico. Su fuerza inspiró la obra maestra del duque de Rivas, Don Álvaro o la Fuerza del sino, (1835). Nos cuentan que los espectros de nobles damas y de oscuros ermitaños pasean en las soledades oscuras de las noches de lobos, linces y jinetas, en purga de sus muchos pecados, que bien graves hubieron de ser para tamaña penitencia. Desiderio Vaquerizo también se inspiró en el lugar y sus leyendas en la novela Cerro de los Cráneos (Almuzara 2011). Lugar de retiro y eremitas, fue destino principal para los ascetas a partir del siglo XV. Los Reyes católicos y el propio Felipe II lo visitaron, en busca, quizá, de alivio de sus faltas, atraídos por su fama de santidad. Lugar de leyendas, anacoretas, eremitas, penitentes, cuevas, manantiales, precipicios, maldiciones y aparecidos que, sin saber bien el porqué, recordé aquella tarde, ya en el hotel de Alájar, cuando tomaba las notas de la visita realizada a la Peña. A la atardecida, nos sentamos en una terraza de la Plaza de España de Alájar, en la que se encuentra el ayuntamiento. Frente a nosotros, arriba, la gran mole de la Peña, horadada por numerosas cavidades en sus cortados. ¿Cuántas de ellas serían usadas, como sepulturas, lugar de culto o de cobijo durante la prehistoria? ¿O de morada pobre y sacrificada para ermitas y monjes? Una ermita blanca destaca a media ladera, rodeada de bocas de caverna. Me gustaría subir hasta allí. La tarde, dulcemente, muere y, de repente, se produce el milagro de su iluminación. La ermita, algunas cuevas y la gran espadaña del mirador superior se iluminan, un alegre espectáculo para la vista desde el pueblo, pero una agresión para el antiguo recogimiento de estas cavernas sagradas. Que sean pocas las horas de estridente luz artificial, por favor, para que el silencio y la oscuridad de la noche devuelvan la paz y armonía a esas moradas del retiro aislado y de la busca trascendente. Nos despedimos de Alájar y subimos de nuevo a la Peña, para presentar nuestros respetos antes de partir. Que estas líneas sean testimonio admirado y reverente de un lugar mágico con nombre de erudito, Arias Montano, que siempre habitó entre lo sagrado y los libros, entre los libros y lo sagrado. Visita en agosto de 2024 |
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