Yo escribo, tú lees: la magia de comprendernos.
No es lo mismo leer que escribir, ni escribir que leer. más bien, lo uno no supone lo otro. Son dos acciones humanas, ricas y complejas que, idealmente, se complementan, dialogan y corresponden, pero, son distintas. Esencialmente, distintas. Pensemos un poco en ello.
17/08/2025

El diálogo infinito entre leer y escribir

A menudo los hijos se nos parecen, dice Serrat y, con un guiño sabio, agrega que así nos dan la primera satisfacción. Una de mis hijas, de niña, chiquitita, gustaba de sentarse cerca de mí, mientras yo escribía o leía. Una cercanía que hoy añoro como pocas cosas. En ocasiones ni cuenta me daba, sólo se sentaba y hacía lo mismo que yo, a su aire, con una hoja de papel y un lápiz o unos colores, trazaba. Un día entre tantos, en el que yo me extendí en un largo texto vi que ella seguía ahí, y le pedí que me enseñara lo que, en tanto tiempo, había hecho.

Con su natural e incipiente orgullo me lo mostró; eran, he de decirlo, unos trazos que me parecieron informes, la mayor parte líneas curvas, horizontales muchas, eso sí, muy coloridas, con algunos tropiezos. A manera de letras, unos mínimos y entrañables garabatos. Lo vi con atención y, mostrando mi interés, pregunté torpemente: ¿Qué dice, mi amor? Y, con la seguridad que solamente algunos críos pueden tener, me dijo: “¡Ay, mamá, yo sé escribir, no leer!”.

Yo sigo asombrada por tamaña afirmación. Todavía no acabo de procesarlo.

No es lo mismo leer que escribir, ni escribir que leer, más bien, lo uno no supone lo otro. Son dos acciones humanas, ricas y complejas que, idealmente, se complementan, dialogan y corresponden, pero, son distintas. Esencialmente, distintas. Pensemos un poco en ello.

Por ejemplo, en México, en España y, en casi todo el mundo, hay dos ámbitos: los alfabetizados y los analfabetos, quienes saben leer y escribir y quienes no. En México, hace apenas cincuenta años, ¡una cuarta parte de la población no sabía leer!, con todo lo que eso implicaba. Desde luego, además, están los que sabiendo leer no leen y una infinidad de formas y posibilidades, porque todo es más complejo, mucho más complejo, que esa sencilla concepción binaria. Y, de escribir, ni hablar.

Leer y escribir son dos universos. Luis Bugarini, en su libro El camino de la mano escrita, de Almuzara México, reflexiona en un detalle, en uno de sus ensayos sobre la escritura y propone que no escribimos sólo con la mente, los ojos, las manos, sino con todo el cuerpo y yo estoy de acuerdo.

En este siglo gran parte del mundo lee. Unos leen libros, algunos revistas o periódicos, otros más textos o trabajos; muchos, leen mensajes, correos, memos, whatsapps, memes, notis, etc. Y, como una contracorriente, otros muchos escriben, lo hacen todo el tiempo, mientras más pronto mejor, que sea corto, ligero, tonto pero rápido, que lo vean, que haga reír, no importa qué diga pero que lo vean. Hay quienes ya no tienen ni tiempo de eso y dictan al móvil, bendita tecnología, ahorro tiempo y así no me preocupo ni de la ortografía; ligar dos frases ya es otra cosa, y si, además, quieres que tengan sentido, es mucho pedir. Escribo, luego existo.

Ahora la gente escribe más que nunca y lee más que nunca. El problema no es que la gente lea o no, que la gente escriba o no. El tema es qué leemos y qué escribimos. Y, así como tantos dietistas te dicen que eres lo que comes, también eres lo que lees y lo que escribes, así sea el mensaje más breve, a manera de botana. Como en la comida, la clave está en el equilibrio.

Leer requiere de toda una serie de aprendizajes, esfuerzos, intenciones, convenciones, recompensas, que rebasan la intención de este texto. Escribir, quizá, todavía más, porque supone saber leer. Quedémonos con que leer y escribir tienen una base compartida: el lenguaje común. Antes de hablar y escribir, aprendimos a comunicarnos por señas y ruidos. Evolucionamos a la palabra y el acuerdo. Nos entendimos. Y, ahí, quizá, en el mismo comienzo, ya hay una controversia. Tengo para mí que leer es una forma de oír y escribir, una manera de hablar.

Mi niña, sabía escribir, me tocaba a mí saber leer. ¿No es algo que nos pasa con harta frecuencia en la vida diaria? Nos escriben y no leemos, nos hablan y no escuchamos. O al revés. Goethe decía que hablar es una necesidad y oír es un arte. Yo trato de escucharlo.

En comunidades tseltales, sobre todo en el estado de Chiapas, en México, hay una palabra, k’opoj ojel, es un verbo y un concepto. Quiere decir, literalmente: Yo hablo, tú escuchas, o, tú hablas, yo escucho, según sea el sujeto. Es una sola acción. No se entiende lo uno sin lo otro. Es muy interesante que en otras lenguas originarias alrededor del mundo existe esa misma reciprocidad; en un solo concepto se plantea algo que nosotros hemos disociado y a lo que no damos importancia; le llamábamos diálogo, pero hoy lo tenemos en el archivo de las palabras gastadas.

Leer, es escuchar la voz del otro que nos cuenta una historia; escribir, es decirle al otro una historia que queremos compartir. Es la magia de comunicarnos, como una niña que te pide que le expliques su mundo bajo tus ojos que, como los de ella, supone abiertos de par en par.

Mientras, Serrat nos recuerda que nada ni nadie puede impedir que sufran, que las agujas avancen en el reloj y, ciertamente, no podemos, es inevitable, pero, lo que si podemos es tratar de que sigan leyendo y escribiendo. Encender el fuego, decía Víctor Hugo. Pues eso.

Bertha Herrerías


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