Ya no sólo es una trama bien construida, un misterio por resolver, una investigación a desarrollar. La novela negra, en los últimos años, ha evolucionado hacia una nueva dimensión, mucho más amplia, universal, también podríamos emplear la palabra global, donde la realidad, incluso lo social, han encontrado un nuevo escenario sobre el que representarse e interpretarse. En cierto modo, ha mutado a un nuevo género, a ratos inclasificable como consecuencia de todas las fronteras que sobrepasa, adentrándose en otros géneros. Podemos afirmar, sin equivocarnos, sin exagerar, que el negro hoy, en la mayoría de los casos, es un género híbrido, género de géneros, y por tanto más abierto y expansivo, más “esponja” con la sociedad en el que se desarrolla. Y es lógico que sea así, por diferentes motivos. En primer lugar, porque la novela negra, en la actualidad, se ha convertido en la plataforma ideal para abordar otros muchos asuntos. De hecho, si nos detenemos a pensarlo, en él caben todos los asuntos y todos los géneros. El humor, el amor, la corrupción política, la pandemia, el cambio climático o los medios de comunicación son susceptibles de encontrar acomodo, con absoluta naturalidad, en una novela negra. En segundo lugar, tengamos en cuenta que los delitos definen una sociedad, un país o una cultura, pero también a un tiempo. Los delitos también han mutado, desde el mismo modo que también lo ha hecho el género, y aunque sí hay delitos que “permanecen”, otros muchos son de nuevo cuño, relacionados con las nuevas tecnologías, el medio ambiente o el sistema financiero. Esto ha propiciado, como no podía ser de otra manera, que las investigaciones se aborden desde muy diferentes premisas, con métodos hasta no hace tanto desconocidos -o más propios de la ciencia ficción-, componiendo un nuevo escenario policial/investigador. Y en tercer lugar, y no menos importante: la información. Nunca como ahora hemos manejado, disfrutado y tenemos al alcance (de la mano) tanta información. A todos los niveles, sobre los más diferentes y diversos temas, desde lo superfluo a lo profundo. Y también contamos con la propia información que nos ofrecen los medios de comunicación, que no sólo abarca la narración de los delitos y el comportamiento de los criminales. Con frecuencia, lo que conocemos como “true crime” no deja de ser más que esto, una reinterpretación, más o menos fidedigna, de sucesos que nos “hemos encontrado”, en la avalancha informativa. Esta realidad propicia que los escritores de novela negra (o como se quiera llamar el género en la actualidad) tengamos muchas puertas a las que llamar o tratar de abrir cuando comenzamos una nueva historia. Un caudal de conocimiento que incorporamos a nuestra narrativa, con mayor o menor acierto, pero que en cualquier caso no deja de ser una permanente conexión con la realidad, un compartir el latido de los días. Con todos estos antecedentes, no es de extrañar la buena salud de la novela negra en el presente, y que viene dada por esa amplitud de asuntos, anteriormente referida, y por esa comunión con el hoy. Añadamos a esto una buena trama, el manejo del suspense y de los tiempos o la capacidad del autor para diseccionar las personalidades más complejas, como los elementos esenciales para escribir una buena novela negra (de este tiempo). Salvador Gutiérrez Solis es autor de El lenguaje de las mareas y Los amantes anónimos. |
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