A propósito de la obra de Joaquín Arbide
A los libros de nuestro Joaquín le pone música Gualberto, le ajusta algún verso Garmendia, lo canturrea Pájaro y tenemos otra vez la revolución de las vanguardias en la muy arbidiana ciudad de Sevilla.
28/03/2022

A los libros de nuestro Joaquín le pone música Gualberto, le ajusta algún verso Garmendia, lo canturrea Pájaro y tenemos otra vez la revolución de las vanguardias en la muy arbidiana ciudad de Sevilla. Son libros que el autor se paró a escribir a partir del año 2000 pero que ya bullían en su cabeza desde que con 16 años quiso dedicarse al cine, a las letras, al periodismo, a la cultura. No conozco a nadie más apasionado por su vocación múltiple, nadie más apasionado por la vida. Capaz de subir a palacios y bajar a las cabañas y hacerlo siempre con tanta pulcritud como si cada libro, cada programa, cada artículo, cada obra de teatro, cada canción mereciera el mayor esfuerzo del mundo. Hagáis lo que hagáis hacedlo bien dicen que dijo Rose Kennedy a sus vástagos, y parece que el niño Arbide, tan lejos de los EEUU, se aplicó la lección a su manera: no te preguntes que puede hacer Sevilla por ti sino que puedes hacer tú por Sevilla. Sevilla la ciudad puerto, y la ciudad casa para quien debía haber nacido en Cádiz, se crio en Tánger y se creció (y como se creció) en aquellos primeros años de estudiante en Madrid, de donde volvió con la maleta llena de teatro y de libros. Seguirle la pista a Joaquín es más meritorio que hacerse el maratón, el último por ejemplo, después de una noche de Juerga en Lebrija. Qué feliz fue Arbide en Lebrija y cómo entendió y se hizo entender.

Cada cosa que hacía, insisto, era para él subir un Everest. Cada libro, cada programa de radio o de televisión, cada teatro para Tabanque, el TEI o el Barco que nos acogía en el Guadalquivir a los noctámbulos, cada libro era un motivo de pasión. Y parece que estuviera escrito que el último, precisamente ese que tuvo fuerzas para terminar, sea un libro de pasiones, de las pasiones que sobrevivieron y sobreviven a todas las dictaduras, hasta la recalcitrante del qué dirán. Cómo no iba a dejarnos Joaquín Arbide un homenaje a la copla cuando nunca una cultura popular fue tan alta. Nunca la mejor de las poéticas logró colarse en los lavaderos y las escaleras donde muchas que no sabían leer cantaban literatura aunque no lo supieran.

Hace muchos años, con Esperanza Albea, amiga, de testigo, comentamos Joaquín y yo unas declaraciones que había hecho nuestro admiradísimo Joan Manuel Serrat. El noi de Poble Sec que nos había descubierto a Miguel Hernández y a Antonio Machado, cuando apenas eran unas negritas en los libros de texto, el héroe de Eurovisión, que ganó sin presentarse, el más ovacionado y querido de los cantautores habló de la copla en un homenaje a Lola Flores. Y dio gracias a todos aquellos que la habían escrito, cantado, musicado, porque, dijo, era la música popular que en su infancia las mujeres cantaban, de ventana en ventana, los amores y los dolores enredados con la ropa tendida y las flores rojas de los geranios rojos. Algo así dijo Serrat, y Joaquín, que lo había escuchado me dio una lección magistral de poesía, de la poesía de Rafael león, del pentagrama sentimental del maestro Quintero, de las corcheas y las tildes de Quiroga. Y hablamos de cine, de Morena clara y de amores prohibidos, y de madrinas y de anillos que no llevaban una fecha por dentro, y de quicios de mancebía y de tatuajes, y de ojos verdes y de lo que vive a pesar de estar prohibido.

Por eso cuando Rosa García Perea, amiga, me habló de este libro sentí que además de escritor y director de cine, de teatro y de periodista, Joaquín ha demostrado ser un grandísimo actor que ha hecho un brillante mutis dejándonos con la estela de su voz y este magnífico libro. Cómo iba a irse sin hablar de la copla, Joaquín, la Sevilla de los 60, los 70, los 80, los 90 y los dos mil novecientos noventa y nueve. La copla que es el oro de la mejor cultura popular, esa mata que sobrevive, aunque nadie la riegue. La copla de Andalucía que no la de las recepciones de la Granja y el nodo, la copla refugio, la copla casa, una casa cuya veredita no cría hierba. De tanto usarla.

Y cómo no hablar de cine quien también se atrevió el cine y además lo amaba, en estas páginas se nos revela la infancia de Joaquín a golpe de fotograma. Cada frame. Cada nombre, cada imagen es un retrovisor a un tiempo que queda en la memoria y que es parte de nuestra historia. Este libro es un calendario que funciona como un zoetrope. ¿Recuerdan el artilugio precursor del cine, esa rueda que manualmente nos da la sensación de movimiento? Así funciona esta Sevilla en la copla y el cine, como esa máquina de guardar la memoria que inventó Melquiades en Cien años de soledad. Melquiades quiso que Aureliano Buendía pudiera atesorar los buenos recuerdos y borrar los malos. Joaquín Arbide con este libro nos hace una cronología de coplas y copleros, de películas y, si me lo permiten, de peliculeros.

Sirva este mapa para copleros y cinéfilos y sirva sobre todo para quienes creen que la vida es un triángulo que asienta sus bases en la curiosidad y los afectos. Esas son las medalla de Arbide dejar cientos de conocimientos, grandes y pequeños, arbitrariamente, y cientos de afectos también diversos también arbitrarios. Joaquín quería a quien le daba la gana sin preguntar filias ni fobias. Nunca se defendió porque, libre de verdad, creo sinceramente que nunca dedicó un solo minuto a sentirse atacado. No hay mayor victoria que no darse por vencido. Prefería rebuscar, indagar, hallar tesoros en forma de afiches, de periódicos, de huellas con su brújula que otros le marcaran el Norte y, con perdón, le jodieran el Sur. Su Sur, un universo donde todo puede contarse, donde todo tiene una historia. Esa fiebre del sur que convierte los días laborables en un sábado en la noche. Y cuánto cariño en ese recuento de hombres y mujeres que se desgarraron para curarnos el corazón, Antoñita Colomé, divina, Estrellita Castro tan frágil y tan fuerte, Juana Reina, tan reina, Juan Valderrama, Miguel Molina, Antonio Molina… Hasta Marisol o Maruja Díaz, o esa Encarnita Polo que hizo fusión-fusión entre el flamenco y el pop, entre la laca y las botas blancas hasta la ingle. Una galaxia de estrellas y de canciones que buscaban la paz y la cura en las estrellas.

A Manuel Machado (el que avisa no es traidor hay mucha poesía en esta guía de coplas y películas) cita Joaquin Arbide en el principio de estas páginas:

Hasta que el pueblo las canta
Las coplas, coplas no son
Y cuando las canta el pueblo
Ya nadie sabe el autor.


Pero nosotros siempre sabremos quién nos lo contó mejor.

Artículo motivado por la publicación de Sevilla en la copla y el cine.

Mercedes de Pablos
periodista y escritora

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