En estos momentos, la central nuclear de Zaporiyia, la más grande de Europa, mantiene al mundo con la respiración contenida tras sufrir numerosos ataques, poniendo en riesgo la seguridad de nuestro continente. Finlandia y Suecia, dos de los países que históricamente han hecho bandera de la neutralidad política y de la no intervención militar, han cursado solicitud de entrada a la OTAN. En Rusia, un sátrapa que no respeta los derechos humanos trata de resucitar, a base de misiles, las antiguas fronteras del Imperio Ruso. En Occidente, el país que más bombas ha lanzado en todo el siglo XX pide a Europa que olvide las máximas pacifistas que llevaron a Jean Monet y a Robert Schuman a fundar la Comunidad Económica Europea; que apoye la guerra contra Rusia y que se vaya preparando para enfrentar al -hasta ahora- pacífico gigante chino. No faltan las alusiones a diestro y siniestro a una posible guerra nuclear; parece que de nuevo se vuelve a la política de bloques y se levantan muros entre las poblaciones del planeta. Regresan los tambores de guerra al viejo continente y se afilan las bayonetas. Tiempos bélicos implican lógicas bélicas que lleven a las poblaciones de los países a apoyar moral y electoralmente a aquellos que alientan las guerras. El dialogo es sustituido por discursos monolíticos que no admiten réplica. Los antiguos vecinos con los que se llegaba a acuerdos y con los que había que dialogar, dejan de serlo y empiezan a convertirse en peligrosos extremistas, extranjeros, extraños. Y sin embargo, en un contexto así, es justo cuando la utilidad del debate cobra mayor importancia. La utilidad es un concepto que comporta cierta “frivolidad”: la utilidad, entendida como medio para conseguir otra cosa, hace del elemento utilizado casi una herramienta de la que, en cierto momento o en determinadas circunstancias, se puede prescindir. Pero las cosas más valiosas de la vida no sirven para nada, no son un medio para conseguir ninguna otra cosa, sino que son fines en sí mismos, como la música, la pintura, el arte y el conocimiento en general; y, sin embargo, tienen un valor extraordinario. Quiero pensar que el debate debe tener la misma consideración que esas otras actividades humanas y que, por tanto, sería más pertinente hablar del valor del debate. El debate es una actividad extraordinariamente valiosa, en primer lugar, porque de su ejercicio solo se reportan beneficios. De entre todos ellos me gustaría destacar el que, para mí, es el más importante y que explica mi introducción inicial. El debate es una herramienta para reforzar la empatía, la paz y el diálogo, factores fundamentales de cualquier sistema democrático que merezca ser denominado como tal. El debate académico de índole competitiva consiste en una confrontación dialéctica donde dos equipos de estudiantes responden de forma enfrentada a una pregunta de debate, defendiendo un equipo la postura a favor y el otro la postura en contra. Estas posiciones se sortean justo antes de empezar el debate. Los temas que se debaten son de lo más variado y pueden abordar temáticas políticas, históricas, económicas, etc. Como es lógico, cada debatiente tiene una idiosincrasia propia que le hace ser más afín a una postura que a otra. Por ejemplo, en la X edición del torneo de debate académico Séneca, que se celebrará en Córdoba en el segundo fin de semana de noviembre, se ha establecido la siguiente pregunta de debate “¿Es adecuado hablar de Reconquista en la historia de España?”. Ante una cuestión así habrá debatientes que no tengan una postura personal definida y otros que sí la tengan, en uno u otro sentido. Sin embargo, sea cual sea su postura personal, todos y todas tendrán que investigar y argumentar tanto los argumentos a favor como los argumentos en contra de la pregunta. Es más, en mi experiencia como debatiente tengo comprobado que los practicantes de esta actividad invierten mucho más tiempo en preparar las posturas con las que no coinciden, para conseguir encontrar argumentos sólidos y discursos capaces de convencer al jurado y ganar la competición. Cuando esto se practica de forma constante, a lo largo de los años, se empieza a producir un cambio en el sesgo cognitivo. Uno empieza a entender las lógicas que mueven a las personas que tienen diferente ideología, cultura, religión, etc.; se comprende mejor al otro y en esta comprensión se desarrolla la empatía. El mundo, así entendido, va abandonando su pátina maniquea de buenos y malos y se va complejizando con la amalgama de razones, ideas y opiniones que mueven a las personas. A través del debate y de la comprensión del otro, uno se vuelve más abierto, más susceptible de establecer canales de comunicación para resolver las diferencias con los demás. Es por esto que siempre he afirmado que el debate es valioso para la paz. El debate también es un lugar de encuentro, de espacios vinculados al ámbito educativo donde cada año miles y miles de estudiantes confraternizan. Estudiantes de todos los rincones de la geografía española, e incluso del continente o del mundo, comparten tiempo, experiencias, estudio y ocio. Hay competiciones que van desde el ámbito local, hasta el prestigioso Campeonato Mundial Universitario de Debate en Español (CMUDE) o el World Universities Debating Championship. En tales encuentros coinciden estudiantes de diferentes procedencias, de condiciones socioeconómicas diferentes, con valores culturales e ideológicos diversos, personas que normalmente no coincidirían si no fuera por esta actividad; intercambios culturales, contactos y amistades que tienen un valor extraordinario y fomentan aún más la empatía y el entendimiento intrínsecos al debate. Pero además de factor de encuentro, el debate es también un deporte dialéctico, un ejercicio cuya práctica nos entrena y nos prepara para poder hablar en público, ordenar nuestras ideas y escuchar al otro. Hay que tener en cuenta que el debate es una actividad que viene a llenar uno de los grandes agujeros de la educación española, que es la exposición pública. Cualquier persona que practique asiduamente el debate verá como mejora su capacidad para expresarse en público, como aprende a gestionar sus emociones y a controlar el miedo escénico. Decía Plutarco que “para saber hablar es necesario saber escuchar”, y esta máxima es totalmente cierta en el debate académico. En primer lugar, se debe escuchar con mucha atención los argumentos de la otra parte, desarrollando la escucha activa; luego hay que ejercitar el sentido crítico para poder diferenciar lo superfluo de aquello importante a lo que se debe contestar; y a continuación se tiene que ser capaz de organizar nuestras ideas para construir un buen argumento y exponerlo de forma convincente. Todo lo cual se hace en un tiempo muy limitado y bajo la presión que comporta el saberse escrutado por el jurado que dirime el encuentro. De este modo, no nos debe de extrañar que el alumnado que pasa por el debate mejore en la capacidad de razonamiento, de expresión oral, de pensamiento crítico, de investigación y estudio. El profesor de la Universidad de Córdoba Manuel Bermúdez, coautor del libro Manual de debate, que fue director durante muchos años del Aula de Debate de la Universidad de Córdoba, comprobó que los alumnos que pasaban por el Aula de Debate mejoraban notablemente sus expedientes académicos y también su empleabilidad. Sería demasiado largo explicar todos los casos que hemos conocido de personas que han recibido ofertas de trabajo, han entrado en contactos con ámbitos profesionales en los que han acabado trabajando o simplemente han visto como su vida mejoraba notablemente gracias a haber participado en las actividades de debate. Una de las mejores actividades a las que se puede inscribir a un hijo, que se puede desarrollar como docente en un aula o participar como estudiante es justamente el debate académico y de competición. En definitiva, hay muchas razones para practicar el debate, unas de carácter individual y otras, más importantes, que tienen un carácter colectivo o de sociedad. El debate implica entrenar a los estudiantes en el uso de la palabra, dotarlos de mecanismos y puentes para la comunicación. Es una actividad que liga directamente con los modelos políticos parlamentaristas, con la resolución de las diferencias a través del uso de la oratoria. El debate es un camino dialéctico que vincula a las personas y les permite entenderse, una condición necesaria para la paz, de un valor extraordinario, que hay que cuidar y preservar. En esta Europa en la que se vuelven a levantar muros, en la que se afilan las bayonetas y resuenan las balas, los puentes que aún nos unen cobran una importancia capital. Las generaciones presentes y futuras tienen la enorme responsabilidad de conseguir que la sangre y la muerte de la guerra queden recogidas en los libros de historia y no en los titulares de prensa. Qué duda cabe que será una senda difícil de transitar, que requiere valentía, pero en la que el debate y el dialogo serán las piezas clave con las que se empiedre el camino. Un camino para alcanzar, como pedía Blas de Otero, la paz y la palabra. |
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