Cuando en el siglo IX, tras dos siglos de islamización, Persia toma nuevamente las riendas de su destino y recupera el papel que otrora desempeñase como imperio, se produce en el ámbito de la literatura, y muy particularmente de la poética, el que será el acontecimiento cultural más relevante y el que incluirá a los persas como miembros destacados del Parnaso. Tras un breve asomo a finales del siglo IX, la literatura persa aparece casi de forma repentina en el siglo X destacando al poeta Rudakí (m. 941), se afianza durante el siglo siguiente y con el paso de las centurias no dejará de crecer y expandirse exponencialmente allende las fronteras del Irán en cada generación hasta erigirse en una de las literaturas más bellas y refinadas creadas por el genio humano. Con su expansión hacia los Balcanes, el Imperio otomano, el Cáucaso, Asia Central, la Afganistán y Pakistán actual y la India, Persia conquistó con su pluma mucho más que todas sus dinastías preislámicas con su espada, creando un mundo musulmán paralelo, pero virado hacia oriente, sin más ligazón con el mundo árabe que la de compartir el credo, y con una hegemonía cultural centrada en el persa como lengua de Cancillería, lingua franca y literaria de las innumerables cortes que aparecerán durante un milenio en las citadas regiones. Aunque de carácter islámico, esta literatura será heredera directa del Irán preislámico, del que toma sus símbolos, personajes —ya fueran egregios reyes o villanos—, sus parejas de enamorados, sus alegorías, su mitología y una historia que se funde y confunde con su epopeya y que será la fuente de inspiración de Ferdowsí para redactar su Libro de los reyes (Shahnameh). Es esta obra la Épica por antonomasia de los persas y sus más de 60.000 versos la convierten en la más extensa del mundo tras el Mahabharata indio. Terminada alrededor del año 1020, el Libro de los reyes es más que una obra literaria: es una especie de carnet de identidad de los persas, es una magna obra que sigue cautivando la mente de este pueblo y que no falta en el hogar de ningún hablante de persa. Además de la épica, en esta literatura se pueden hallar representados todos los géneros y temas, como la lírica, los espejos de príncipes, la literatura sapiencial, sufismo, romances, apologética religiosa, panegírico, etc., tanto en prosa como en verso, si bien será la poesía la joya que más lucirá en esta literatura. No obstante, también pueden verse géneros menos literarios pero igualmente importantes como son la historiografía y las ciencias puras. Además de Ferdowsí, los autores clásicos más relevantes y los pilares de esta literatura son ‘Attar de Nishapur, Mowlaví, Sa’dí y Hafez. Sobre ‘Attar, asesinado por los mongoles en 1220, fue un sufí, autor de más de una docena de obras en verso y unos cuarenta tratados. Destaco aquí Tazkarat al-‘Oliâ (Biografía de los santos) y El lenguaje de los pájaros. La primera, en prosa, es la biografía de casi un centenar de sufíes, y la segunda, es su obra cumbre y en ella utiliza un símbolo del Irán preislámico (Simorgh, el ave Fénix de los persas) para explicar la forma de llegar a Dios. Conocido en Occidente más como Rumi, Mowlaví (m. 1273) se erigió con su Masnaví en el místico más importante del islam no árabe. Fundador de la orden de los derviches danzantes, Rumi es la cristalización de un gnosticismo islámico de impronta persa que se llevaba desarrollando durante más de tres siglos y que marca un antes y un después en el sufismo. En este sentido, no es casualidad que fuera contemporáneo del gran Ibn Arabi de Murcia, al que al parecer visitó en Damasco, pues si Rumi sintetizó en sus obras el sufismo persa, Ibn Arabi hizo lo propio con el misticismo árabe: ambos son los pilares del misticismo islámico, uno del mundo árabe y el otro del mundo persa. Sobre Sa’dí (m. 1293), sus dos obras magnas, Golestân (La rosaleda) y el Bustân (El vergel) lo convierten en el abanderado de la literatura sapiencial persa. Este oriundo de Shiraz es conocido entre los persas como el “maestro de la dicción” pues es tan diestro en la prosa como en la poesía. La rosaleda ha sido objeto de más de un centenar de imitaciones en el mundo persa, y no en vano muchos de sus pasajes se han convertido en refranes y máximas que no han perdido vigencia. En cuanto a Hafez (m. 1389) es un punto y aparte en la poesía del Irán. También de Shiraz (la ciudad del la “rosa y el ruiseñor”), Hafez llevó a su máxima expresión a la lengua persa de tal guisa que ha permanecido como un modelo de dicción retórica versificada sublime insuperado e inimitable desde entonces. Aunque dejó sólo un diván de unos 500 poemas, ya en vida disfrutó de una fama tal que era admirado incluso en las cortes de la India y sus poemas embrujaron al mismo Tamerlán. La policromía y el elevado grado de interpretabilidad de sus versos lo han convertido en un autor que camina en un limbo marcado por el amor pasional y mundano pero en el que muchos ven la sombra del amor divino. En todo caso, es más conocido como el poeta del amor, y su poemario se utiliza para hacer bibliomancia, al modo que los griegos hacían con la Iliada. Pero en los más de 11 siglos que tiene esta literatura han sido muchos más los autores que han dejado su huella indeleble. Obviando los numerosos panegiristas, del siglo XI hasta la invasión de los mongoles en el 1220 destaco a Naser Josro, proselitista ismailí que nos dejó obras extensas en prosa y verso de apología de su fe; el ministro selyúcida Nezam al-Molk, cuyo Libro de la política es un compendio del saber del poder temporal que bebe muy particularmente de la política practicada de los sasánidas; Keykavus b. Voshmgir, el último rey de una dinastía que como legado deja a su hijo no una corona, sino su Qâbusnâmê, el espejo de príncipes más importante de la literatura persa; Omar Jayyam, cuyas cuartetas agnósticas llevan embrujando a los occidentales desde su primera traducción al inglés en 1859; Sanâí de Gazni, cuyo sufismo sobrio desbrozó el camino a los místicos de los siguientes siglos; Nezâmí Aruzí, quien en sus Cuatro discursos hace la mejor definición de la época de lo que era un cortesano profesional; Nasrollah Monshí, que reversionó el Calila y Dimna, devolviendo de esta manera a la lengua persa este legado de la India que llegó a los sasánidas en el s. VI; Jâqâní, el Góngora de los persas, por la complejidad de su poesía; Nezâmí Ganyaví, base de la poesía amorosa y cuyo estilo y obras fueron imitadas durante siglos, sobre todo entre los turcos y los indios. A todos estos autores hay que añadirles un largo etcétera de panegiristas, teólogos, sufíes, historiadores y biógrafos amén de numerosas obras anónimas. Tras la invasión mongola del s. XIII, Persia es arrasada pero su literatura no sólo sale incólume del desastre sino que aparece más fortalecida además de que continúa su expansión llevada por los mismos invasores. Es así que mientras Jâyu Kermani, maestro de Hafez, compone sus poemas en Shiraz, en Delhi aparece el gran Amir Josro, quien a pesar de no ser el persa su lengua materna compone en un estilo que le hará acreedor del epíteto de “Hafez de la India”. Con Yâmí (m. 1492) se cierra en Irán el periodo áureo de esta literatura, pues a partir de esta fecha entra en un lento declive que se prolongará hasta el siglo XIX, cuando Persia entra en contacto con Occidente. Mientras, en el extrarradio, mucho más extenso geográficamente que Irán, tanto la lengua persa como su literatura seguirá estando vigente, con fuerza, como lengua de la Cancillería, de la literatura y de la poesía, fenómeno que se prolongará hasta la I Guerra Mundial, cuando en el mundo entero, no sólo en Oriente Medio y Asia, todas las antiguas estructuras se desmoronan para dejar paso al mundo que hoy conocemos. Es la persa una literatura universal, por la cantidad de pueblos que estuvieron implicados en su creación, y clásica, por su más de un milenio de antigüedad. Muchas de sus obras se han estado traduciendo a lenguas occidentales desde el s. XVII. La deuda de los pueblos que la crearon, los cuales tienen hoy en su mayoría su propia literatura en sus lenguas vernáculas, es similar a la deuda que tienen las literaturas europeas para con las literaturas griega y latina. Joaquín Rodríguez es autor, entre otros, de la Gramática general del persa moderno. |
Traductor-intérprete de lengua persa. Especialista en literatura irania. |
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