Esta reveladora novela de la joven escritora germana Sabrina Janesch desarrolla a lo largo de unas cuatrocientas cincuenta páginas la peregrina historia de Rudolph August Berns, el aventurero alemán que por primera vez descubrió las perdidas ruinas de Machu Picchu, la antigua ciudad de los Incas, cuarenta y cuatro años antes de que el explorador norteamericano Hiram Bingham obtuviese fama, fortuna y reconocimiento universal reivindicando para sí desde la revista National Geographic y el prestigio de la Universidad de Yale tan sensacional descubrimiento de la arqueología americana. La ciudad de oro, publicada por Almuzara, repara por tanto, en cierto modo, un inadvertido error de la historia al presentarnos con vibrante pulso narrativo y convincente verosimilitud la peculiar biografía de un apasionante personaje que, en 1887, fue celebrado por el periódico La Gaceta de Lima como el que había restituido al conocimiento universal la mítica ciudad entresoñada de El Dorado, que desde la época de la conquista por los españoles ya había imantado la ambición de tantos exploradores y aventureros. La obra se inicia en la primera mitad del siglo XIX, cuando el pequeño Rudolph August Berns, nacido en 1842 en Krefeld, al oeste de Alemania, y obsesionado por las leyendas sobre Julio César y el mítico oro del Rin, pasa su tiempo en la tienda de su progenitor fantaseando sobre la legendaria ciudad de los Incas; y todo ello espoleado por las seductoras crónicas del viaje al Perú de Johann Jakob von Tschudi, en las que se narran las prodigiosas maravillas de aquel país remoto con sus yacimientos de metales nobles y piedras preciosas, y sus deslumbrantes construcciones y palacios revestidos de oro. En dichas crónicas se narraba cómo a la llegada de los españoles los Incas fueron constreñidos a revelar la situación de sus grandes templos y ciudades en la selva, aunque ellos intentaron en todo lo posible obstaculizar la codicia de los occidentales, guardando para sí de la ambición conquistadora el emplazamiento, en lo más intrincado de las selvas y las grandes cordilleras, de su legendaria ciudad sagrada de El Dorado; una ciudad que se creía enteramente construida de oro purísimo y ofrecía un refulgente muestrario de maravillas. Ya Gonzalo Pizarro la había buscado afanosamente sin provecho, llegando hasta el descubrimiento de las fuentes del Amazonas, pero sin hallar rastros de su misterioso emplazamiento. Igualmente el investigador Alexander von Humboldt, que ya anciano aparece en la novela y se constituye en el mentor o modelo de su joven protagonista, había discurrido también en sus andanzas exploratorias a lo largo de los Andes en busca de tan legendaria ciudad. Nuestro protagonista, determinado a encontrarla, emprende desde Berlín un azaroso periplo a todo lo largo del Atlántico, atravesando el amenazador Cabo de Hornos y el Pacífico hasta arribar al antiguo reino del Perú, que se encuentra inmerso en los últimos coletazos bélicos de su independencia contra España, participando desde el primer momento en el combate desde tierra contra la fragata acorazada «Numancia», en el puerto de El Callao. Una vez pacificado el país, se internará en las selváticas fragosidades vírgenes del interior, donde tras azarosas aventuras, proyectos y desilusiones logra finalmente intuir o vislumbrar, enmascaradas entre el maremágnum lujuriante de la avasalladora botánica tropical y las extremas altitudes andinas, las ruinas de la antigua ciudad que luego sería conocida como Machu Picchu. Todo ello descrito y presentado con el más sugestivo cromatismo, una brillante plasticidad y un vivo sabor a realidad en todos los diversos episodios que se narran y que sumergen al lector en el abigarrado paisaje del corazón de la selva y las altas soledades de la cordillera. Otras peripecias llevarán a nuestro personaje, especializado ya en ingeniería tropical, tanto a Estados Unidos como a participar como técnico en los trabajos de apertura del canal de Panamá, bajo la dirección del gran ingeniero De Lesseps, constructor del canal de Suez, para terminar recalando de nuevo en su adorado Perú. Allí planea una sociedad anónima para la explotación de la mítica ciudad. Esta tercera parte de la novela es francamente apasionante por su extraordinario pulso narrativo y la afinada indagación psicológica de los personajes y de la sociedad limeña de la época, con una implícita y contundente dimensión moral final, que termina dejando en el lector un sonriente rictus de ironía ante las contantes y sonantes debilidades de nuestra común condición humana. De fluente lectura y vívidos diálogos, la traducción de la obra al español se debe al profesor Bernd Dietz, que realiza una labor ardua y magistral por la profusión de vocablos específicos y otros tecnicismos propios de ciertas labores industriales decimonónicas y el vocabulario peculiar de estos meridionales y selváticos horizontes por los que transcurre la obra. Carlos Clementson autor, entre muchas otras obras, de la traducción de El ruiseñor y la alondra. Antología de la mejor poesía en lengua inglesa. |
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