Una descripción precisa sobre la perfecta simbiosis ancestral entre el ser humano y los probióticos, gracias a la cual somos lo que hoy somos como especie y como civilización.
¿Sabías que existen evidencias de que hace más de 5000 años nuestros antepasados ya consumían leche fermentada de forma consciente? ¿Que el consumo de bacterias fermentativas propició cambios en nuestro ADN, como el que ahora nos permite digerir la lactosa de la leche? ¿Que la col fermentada ayudó a los obreros chinos en la construcción de su Gran Muralla? ¿Que los barcos de los descubrimientos de ultramar cargaban gran cantidad de alimentos fermentados que ayudaron a los pasajeros a soportar las penalidades de la travesía? ¿Que los mongoles conquistaron su vasto imperio alimentándose de leche de yegua fermentada y carne de caballo curada bajo su silla? ¿Que la madre lactante puede transmitir al bebé su propio carácter con los probióticos de la leche con la que lo nutre?
Aunque hasta hace poco tiempo no hemos tenido conciencia de su existencia y de su importancia en nuestra salud, nuestra flora intestinal está degenerando respecto a la de nuestros ancestros. Por necesidades de la mercadotecnia se eliminan probióticos de la mayoría de los alimentos fermentados que se comercializan en las cadenas de distribución. Los productos ricos en probióticos vivos y activos son un alimento funcional a todos los niveles, con múltiples efectos beneficiosos sobre nuestro organismo, como son los que ejercen sobre el sistema digestivo, nervioso, arterial, en los lípidos plasmáticos o en el sistema osteoarticular.
Últimamente, se nos reitera la importancia de consumir alimentos con probióticos mediante recomendaciones plagadas de nombres exóticos: kombucha, kéfir, miso, kimchi, chucrut… Pero, en realidad, siempre hemos tenido a nuestra disposición alimentos cargados de microorganismos, que han venido enriqueciendo nuestra flora intestinal a través de los siglos, y que son mucho más cercanos a nuestra dieta mediterránea, como los embutidos crudos curados, las aceitunas, la cerveza, el vino, la miel, los salazones de pescado o el queso.
José Antonio Barroso, fundador de uno de los laboratorios de análisis alimentario con más prestigio de nuestra geografía, nos ofrece una descripción precisa sobre la perfecta simbiosis ancestral entre el ser humano y los probióticos, de la que nos hemos beneficiado inmensamente de forma mutua y gracias a la cual somos lo que hoy somos, como especie y como civilización.
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