Recuerdo de un sueño aglutina los poemas que la autora escribió desde los trece a los veintitrés años, momento en que fallece víctima de una leucemia. Stoyánova -que creció en el seno de una familia culta- muestra, desde un momento muy inicial, su inclinación por los autores que van a ir moldeando su voz y que le acompañarán a lo largo de su viaje literario, como son, por poner algunos ejemplos: T.S. Eliot, Pizarnik y, de manera muy significativa, Emily Dickinson. Cabe añadir que, con independencia de su intencionalidad a la hora de articular o dotar de un corpus orgánico sus textos, su voz evidencia una personalidad definida y ofrece al lector una propuesta que, en tono y temas, responde a la particular relación que establecía con el mundo exterior, que paradójicamente no es otra más que un diálogo íntimo.
Los capítulos que orquestan este volumen siguen el orden cronológico en que fueron escritos; es decir, desde 1974 a 1984. A lo largo de esa década que va de la niñez a la juventud, la joven poeta mantiene la constante fundamental de usar los elementos de la naturaleza para hablar de sus estados de ánimo o pensamientos. Si bien es cierto que se puede apreciar la evolución del tono naíf de los primeros escritos, a los que irradian una mirada cada vez más firme, su poética parece diseñada desde el origen. Ni siquiera la irrupción de su fatal enfermedad la aparta de este rumbo; no deja una huella relevante en sus versos.
Danila, como Dickinson, parece recluida en un recinto silencioso, cerrado, desde donde contempla, reflexiona y lanza sus interrogantes al universo. Un lugar que, en ocasiones, se reduce a lo más íntimo de sí misma: «Desde mi rostro/ como a través de un marco/de un cuadro/los ojos miran el mundo». La personificación de estos fenómenos le sirve para trazar sus miedos y agitaciones: «El sol está inquieto,/el viento, enfermo,/la luna, muerta,/el río, ebrio,/solo/ porque alguien/falta», escribe. En los últimos años, los poemas, además de ganar longitud e intensidad, como el que da título al libro, giran hacia el sujeto y ahora son los elementos los que actúan sobre él: «(...) el cerebro/me duele/por tantas cosas/que no entiendo,/en mi cerebro nieva». Porque, aunque es cierto, como se ha dicho, que su poesía muestra «una sosegada tristeza poética», el sufrimiento que atraviesa estos años se deja vislumbrar cuando dice, en un poema de 1983 (fecha cercana a su muerte): «El tiempo no avanza,/y sin embargo existe, y yo misma/me desgasto contra él,/ moviéndome». Y sentencia: «Y dejé de habitar el mundo/y el mundo dejó de habitarme».
Llega a nuestra lengua la poesía de una autora esencial, que no dejará, como ha sucedido en aquellas geografías donde se ha dado a conocer, indiferente al lector.
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