Uno de los dieciséis miembros de los dos decisivos Consejos del Reino, en los que se desató el nudo dejado por Franco al rey Juan Carlos, dando pie a la Transición democrática.
El legado de Juan María de Araluce Villar fue enterrado en el olvido, a pesar de ser quien deshizo los nudos del centralismo franquista, incluso mientras el dictador aún vivía. Como tradicionalista, fue el arquitecto de la reinstauración del Concierto Económico, al interpretar los fueros como un elemento consustancial a la Monarquía restaurada tras la muerte de Franco. Miembro crucial del Consejo del Reino, aspiraba a dotar a su tierra natal, Vizcaya, y a su tierra de adopción, Guipúzcoa, de autonomías dentro del marco español. Su trayectoria política estuvo enfocada en recuperar algo que, en su infancia, era común y que incluso persistió bajo el franquismo: el sentimiento proespañol de muchos vascos. Por eso, en 1976, fue asesinado por una ETA que no solo se oponía frontalmente a esta visión, sino que rechazaba la mera existencia de un recuerdo que el totalitarismo no estaba dispuesto a aceptar.
Como presidente de la Diputación de Guipúzcoa, Araluce fue un hombre esencialmente religioso. El cristianismo marcó cada aspecto de su vida, y su matrimonio y paternidad, con nueve hijos, no disminuyeron su compromiso, que superaba el de muchos fieles laicos. Su vida estuvo marcada por peligros, desde la Guerra Civil, donde defendió su fe, hasta la amenaza de los falangistas. Finalmente, fue asesinado para silenciar su propuesta descentralizadora y borrar su memoria, una injusticia que estas páginas buscan remediar.
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