Algo ocurre en San Nicolás del Valle, un pueblo situado en algún lugar de México, donde ni siquiera los lobos se atreven a entrar. Enquistado en un valle silencioso y gris que existe como un milagro, en este lugar nadie puede detener los crímenes sino apenas susurrarlos. El viento, cuando ulula, acarrea murmullos que, bien oídos, avisan a los errantes que ahí se vive al límite. Hasta los árboles hablan, así que incluso es mejor no levantar la voz. Contada en dos partes que narran la fundación del pueblo y su derrumbe, Las brujas de San Nicolás es una alegoría del México contemporáneo y profundo, que busca sumergir al lector en las raíces de aquellos lugares especiales que parecen destinados a la sangre. La violencia, vigía sobre los cerros que asfixian al pueblo, lo contagia todo.
De aceptar el reto, el lector debe saber que esta historia es como un laberinto, en donde las salidas, si existen, serán pocas. Guiado por la intuición de sus sonidos nocturnos, este pueblo rural y casi enterrado se sabe poseído y, muy probablemente, ansioso, por encontrar algún tipo de, por decirle de algún modo, libertad. Yo no sé cuáles habían sido sus culpas. La muerte es harto rara, como un lugar sin nombre en donde te agarra el patatús y te quedas bien tieso, como fierro pandeado, pues. Estaban bien flaquitos, chupados por dentro y colgados de esas jaulas como animales. De seguro el diablo los había chucheado y así acabaron. Por peleoneros. Llevaban los ojos cerrados, desguanzados, como si les hubiera agarrado la tiricia (...) Así comienza esta novela que estremece de principio a fin, una obra excepcional de una de las voces más potentes de la nueva narrativa mexicana.
«Contada con pulso firme y a ras de suelo desde la mirada de una inocencia que se disipa, Las brujas de San Nicolás, de Guillermo Fajardo, es una novela que nos confronta con nuestras peores pesadillas: aquellas que suceden agazapadas en la cotidianidad, y sólo cuando son irremediables se revelan en toda su crudeza. Una trama que atrapa al lector y no lo suelta». VICENTE ALFONSO.
«La literatura de los autores más jóvenes no se ausenta de la búsqueda de ganar entendimiento de un país que lucha por cubrirse el rostro. Guillermo Fajardo asienta una geografía personal en la cual vaciar sus inquietudes y sus lecturas más audaces, que ganarían el asentimiento de quienes sienten entusiasmo por la historia y las tragedias de Shakespeare». LUIS BUGARINI, Nexos.
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