Dice Javier Mina, autor de la biografía de Raúl Guerra Garrido (Editorial Berenice, 2023), que «con su alma funambulista» fue un especialista en moverse por multitud de dimensiones e infinitos universos paralelos. Escritor, activista, boticario, maestro, investigador, padre, esposo y amigo. En efecto, el itinerario vital que propone Mina para que no olvidemos a Raúl es un camino lleno de emociones, idas y regresos, amores y amistades, no solo a las personas, sino también a la tierra, a lo austral y, sobre todo, a ambos costados de la senda se vislumbra un doble compromiso: el social y el literario. Guerra Garrido llegó a Euskadi por amor. Pronto se topó con amistades entrañables, Santiago Aizarna y Ángel García Ronda, y con la creación de las revistas literarias Kurpil y Kantil. Toda esa etapa iniciática culmina en Cacereño y sus vicisitudes con la censura de entonces pisándole los talones, más aún tras haber escrito un cuento titulado Con tortura. Mina, en su libro dedicado a Guerra Garrido Un hombre en tensión, se detiene en la faceta sindicalista de este perito en lunas que ya en el I Congreso de Escritores, auspiciado por el Ateneo de Guipúzcoa (1968), se codeó con Miguel Ángel Asturias, Pepe Hierro, Mercedes Salisachs y Ángel María de Lera, entre otros. Al modo de las siete tragedias griegas de Sófocles, pero con un Obertura -primer capítulo de la biografía-, Mina nos presenta a un Áyax, que debe enfrentar su destino, con ese «Haz lo que temas» con el que su abuelo Bernardino le avistó la vida o con ese profético epitafio que dejó escrito en 2022: «De dos caminos, siempre el desconocido». El deber familiar y el deber social, que aparece en Antígona también transcurre a través del capítulo En conflicto, donde nos encontramos a Raúl, delfín de Luis Martín-Santos, en el Círculo Cultural Guipuzcoano, dentro del ambiente obrerista de Krafft o bajo una tienda de campaña con Mario Camus, que también tenía novia en San Sebastián. Edipo Rey, tragedia con una profecía que venía desde la juventud y el dictado de un oráculo, permanece en la Cruz de Ferro, lugar más alto del Camino de Santiago francés, espacio paradigmático en la vida de Raúl que nos adentra en su infancia berciana y en su adolescencia madrileña, la cual no está exenta de los estragos del hambre y de los apetitos sensuales que, recién despiertos, se pasean por los riscos, las viñas y los oferentes racimos de cerezas de Pamelas y Gracianas. En el capítulo llamado La consolidación vemos un autor que se consagra en el 76 con Lectura insólita de El Capital, Premio Nadal el día de Reyes, recibido mediante llamada telefónica, mientras el galardonado ejercía de boticario en Roteta, barrio donostiarra donde no brillaba la abundancia y donde, sin embargo, había dificultades de toda índole en el día a día. En aquella época desde Larratxo venían hasta Amara, al colegio de las Hijas de la Caridad de la calle Prim todos los días niñas a escolarizarse, porque era en el único donde además de estudiar comíamos. ¿Cuántos autores donostiarras olvidaron que en los años 80 todavía había hambre en San Sebastián? Raúl siempre lo tuvo presente. Ahora lo sé. Electra y un Orestes de incógnito andan agazapados en el capítulo que se refiere a todos los pormenores en torno a la obra que fuera finalista al Planeta en el 84 El año del wólfram, de excepcional acogida de público y crítica, y también en La mar es mala mujer. En esta última obra mencionada, el Raúl más cantábrico, viene acompañado de repentinas tormentas, el mar de los Sagarzos, el Maelstrom, la rosa de los vientos, la bruja de Ulía, Terranova y el contrapunto a Gran Sol (1963) de Ignacio Aldecoa. Los noventa rugientes, como con Filoctetes en la Guerra de Troya y su arco y flechas heredados directamente de Heracles, aparecen apoderándose de las metáforas con las que Raúl se dirige al público en sus artículos de prensa y su obra maestra, La carta, que surge por no desistir ante la denuncia, debido a la persecución terrorista. La misiva se convierte en un relato persistente, como la lluvia donostiarra, donde el alto precio moral es tan terrible como la sospecha de la propia muerte. Raúl, habiendo sido uno de los promotores de Gesto por la Paz, en el manifiesto de la Plataforma Cívica por la Paz afirma «la violencia supone la rendición incondicional de la imaginación política y el tiro en la nuca es lo más parecido a la eutanasia política». El cruce, la confluencia, las cuatro esclusas de Frómista, la capacidad de Raúl Guerra Garrido para ser dichoso ejerciendo de canalero, de marinero nostálgico frente a un destino delibesiano en el que logra contemplar las murallas de Ávila y en ellas ve un navío. Un barco dispuesto a levar anclas para cruzar el mar de Suances y arribar a la playa de Los Locos, el mismo mar del sueño de la Razón, el mar de Calderón en El galán fantasma y su Sajonia o su Santillana del Mar constituyen el verdadero horizonte rauliniano. El nuevo milenio, el último capítulo de esta memoria amistosa, narra los siniestros años de los asesinatos de Buesa y de la Calle, los atentados contra la farmacia, los baños en la Zurriola, los escoltas, la reedición de La carta, la escritura de La soledad del ángel de la guarda, el Premio Nacional de Las Letras en el 2006, la presentación, en 2008 y en el púlpito de LAGUN, su librería de cabecera, del primer libro de una treintañera, salida del barrio de Amara, que quería ser escritora, el VII Congreso de Escritores junto a Josefina Aldecoa, Luis Landero, José Luis Sampedro…, los cursos de Ciencia y Literatura en El Escorial con Saramago, Sistiaga, Carmen Urcola, Pilar del Río… En definitiva, un recorrido en el que la vida es una puerta que se abre a lo desconocido. Teseo prometió a Edipo que sería enterrado en tierra ática, Cacabelos en el Bierzo, bien podría ser el lugar donde el mensajero bendice el fin inminente de la vida con su pluma al vuelo. «¿Morir? Soñar tal vez (…) Me gustaría morir con la Hispano Olivetti puesta. Intentando conseguir mi gran obra maestra». Su gran obra maestra, navegar por el horizonte. Gracias Raúl por abrir las esclusas y llegar al mar. Gracias Javier, por recorrer la estela del conquistador de lo austral. |
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