Hasta hace muy poco tiempo, apenas una década, el mundo rural estuvo mal visto por la mayoría de los escritores españoles, más proclives a escribir narrativa de aire urbano o poesía inspirada en la gran ciudad. En los últimos años del pasado siglo había pocos autores que hablaran del campo o de la naturaleza en sus obras poéticas o narrativas. Nadie se animaba a escribir del mundo rural, pues aquel que lo hacía solía ser tratado por la crítica con cierto desdén y una pérfida arrogancia, siendo catalogado como escritor antiguo. Había animadversión a escribir de asuntos que se relacionaran con la naturaleza, con el paisaje y la vida de los pueblos. Sin embargo, hubo un autor, Julio Llamazares, que ya por entonces, hace cuatro décadas, decidió centrar su obra literaria en atmósferas rurales y campesinas, escribiendo al principio dos poemarios singulares, La lentitud de los bueyes y Memoria de la nieve, inspirados en la atmósfera de su lugar natal, paisajes del norte de León, junto al río Curueño. Paradójicamente, pese a estar escritos a contracorriente, los dos libros citados fueron respetados por la crítica y, muy poco después, a mitad de los 80, Llamazares editó su primera obra narrativa, Luna de lobos (1985), novela centrada argumentalmente en el mundo del maquis. Tres años más tarde, editaría la segunda, La lluvia amarilla (1988), un título clásico de las letras españolas, la obra narrativa que simboliza esencialmente esa hermosa narrativa de corte rural denostada antaño y puesta de moda en estos días, cuando tanto se cacarea el retorno al campo y el amor a la naturaleza. Julio Llamazares continuaría su obra prosística (no volvió a escribir poesía) en la última década del pasado siglo, editando más libros ambientados en el mundo rural como, por ejemplo, Escenas de cine mudo (1994) o su célebre libro de viajes El río del olvido (1990), un poético recorrido por los alrededores del Curueño, el río de su niñez. En la misma época, la década de los 90, compartiendo también la misma editorial, otro narrador excelente, el salmantino Manuel Díaz Luis, publicó en Seix Barral Las aguas esmaltadas, una de las más bellas novelas rurales del pasado siglo, obra memorable casi silenciada por la crítica, un genuino e interesante relato coral que pasó sin pena ni gloria, algo incomprensible atendiendo a la enorme calidad lírica y narrativa que contenían sus páginas. Las aguas esmaltadas, dando la espalda a la moda de esos días, no bebía en las fuentes del realismo sucio norteamericano (que tanto copiaron autores de esa época como Benjamín Prado, José Ángel Mañas o Ray Loriga), sino en las más genuinas de la literatura hispánica, las de títulos como La familia de Pascual Duarte, de Cela, o Los santos inocentes y El camino, de Miguel Delibes. Es preciso reconocer, por otra parte, que, en los años siguientes a la aparición de Las aguas esmaltadas, no volvió a ver la luz un libro de esa ambientación rural tan hermosamente escrito hasta que en el 2013 de nuevo Seix Barral, pura coincidencia, lanzó a bombo y platillo Intemperie, la famosa novela de Jesús Carrasco que, en muy poco tiempo, se convirtió en un bestseller nacional e internacional: el libro fue traducido a casi una veintena de idiomas en pocos meses. Hemos comentado que Intemperie y Las aguas esmaltadas, cada una en su tiempo, fueron dos novelas rurales de mucha enjundia; no obstante, si tuviéramos que elegir entre un libro y otro, nos quedaríamos sin dudarlo con el segundo, Las aguas esmaltadas, mejor definida en su ambientación rural y con una estructura narrativa algo más sólida y más sugerente, también, que la de Intemperie. Por otro lado, siguiendo con la temática de orden rural, tres años después de la salida de esta última, el periodista y escritor Sergio del Molino sacó a la luz su libro La España vacía, obra que influyó más que ninguna otra en el resurgimiento de este tipo de literatura, a la vez que vino a agitar las aguas literarias de un país que, como ha dicho Julio Llamazares, siempre renegó de su pasado campesino. Y resulta, no obstante, curioso y sorprendente que el magnífico libro de Sergio del Molino, un ensayo profundo, fluido y sustancioso, retrato certero de la despoblación rural, fuera tan bien recibido por la crítica y decenas de miles de lectores en un país que, quizá por complejo de inferioridad (pues esto no ocurre en países colindantes), siempre desdeñó el mundo campesino y menospreció a escritores y poetas que no centraron su obra en ambientes urbanos, como antes dijimos, sino en pueblos pequeños o ambientes naturales donde campan el olvido y la desolación. En literatura las modas son efímeras, como en todos los ámbitos, pero cuando llegan resultan desbordantes. Así, tras la aparición de La España vacía, el libro bestseller de Sergio del Molino, y el triunfo anterior del de Jesús Carrasco, comenzaron a editarse más novelas y más ensayos relacionados con el campo y el mundo rural. Citaremos, entre ellos, los títulos Quién te cerrará los ojos, de Virginia Mendoza, Invierno, de Elvira Valgañón, Palabras mayores, de Emilio Gancedo, Los últimos, de Paco Cerdá, y Vidas a la intemperie, de Marc Badal Pijoan. Los libros citados conectaron de inmediato con un amplio número de lectores singulares que, según parece, hasta el momento no han desertado. Así, uno de los últimos libros aparecidos que hablan de lo rural y la naturaleza es el del escritor Gaby Martínez, Un cambio de verdad, que vio la luz hace dos años y se ambienta en tierras extremeñas, concretamente en la comarca pacense de la Siberia. Aquí el escritor hace un sentido y poético homenaje a los antiguos pastores de la zona y a sus raíces familiares -su madre, no en balde, fue hija de pastores- trasladándose a vivir durante unos meses a una finca cercana a la localidad de Tamurejos, el pueblo de sus ancestros, donde el escritor vivirá experiencias emocionantes que narra en un tono literario muy fluido, entretenido y poético. Hemos hecho un breve paseo literario por los libros de narrativa, ensayos y novelas, de temática rural más singulares de los aparecidos en los años últimos; pero no sólo ha sido tratado el tema rural en la novela o la crónica de viajes, sino también en la poesía, campo minoritario en el que destaca el poeta soriano Fermín Herrero, autor de poemarios tan hermosos y transcendentes como Un lugar habitable o Sin ir más lejos, ambos editados en Hiperión. Con el último obtuvo el Premio de la Crítica y, unos años más tarde, ha editado En la tierra desolada, en el que su poesía alcanza una madurez suprema, la de un escritor de versos extraordinarios que convierte a su tierra, la olvidada Soria, en un paisaje poético transcendente. Para terminar, diremos que la poesía de Herrero junto a las de otros autores que han tocado esta materia fue incluida en el volumen, Neorrurales, de Pedro M. Domene, donde el antólogo hace una selección de tres generaciones de vates españoles en cuyos poemas aparece el mundo campesino tratado desde ópticas genuinas e interesantes. Alejandro López Andrada es autor, entre otros, de Entre zarzas y asfalto, La dehesa iluminada, Los árboles que huyeron, El viento derruido, Los años de la niebla o El óxido del cielo. |
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