Hay algo que no se puede soslayar y es el hecho del porqué es frecuente que los médicos escriban. La emoción de la escritura solo se puede comparar a la afectividad en la que un médico bucea en las entrañas de un paciente buscando los auténticos entresijos de su enfermedad, de su psiquis y de la manera de enfrentarse ante ella. No todos los pacientes reaccionan de la misma forma. En esta interrelación médico-paciente, el encuentro de la mirada, el tacto del saludo y la palabra, se encierran muchos sentimientos y angustias que aparecen ante la enfermedad. Esta cualidad humanista de la concurrencia, entre el médico y el paciente, se refleja también en la coincidencia entre la pluma y la hoja en blanco. Son dos momentos trascendentales en los que se personifica una serie de aspectos humanistas que solo las personas que se dedican a ambos oficios son capaces de transmitir. No en balde la literatura está llena de personalidades como Pío Baroja, Vital Aza, Ramón y Cajal, Marañón y tantos otros, que hacen que el nexo de unión entre ambas actividades sea fuerte y exprese cantidad de buenos libros y certeros diagnósticos. La dualidad médico-paciente dota al clínico de una capacidad distinta, de alguien que, es capaz de entender la morbilidad como una parte del proceso de la vida, del discurrir natural de la enfermedad entendiéndola como algo consubstancial con el hombre, de algo que le acompañará toda su vida y de algo que nunca será capaz de olvidar. El médico trata de ayudar, de enfocar su enfermedad de una manera más humana, de hacer que el recorrido por este camino sea lo menos traumático, y de conseguir lo posible para que el enfermo lo entienda. La condolencia, es decir, la participación del médico en el sufrimiento del paciente, encierra una enseñanza intransferible y personal. En esta conjunción de objetivos, en este maridaje de sentimientos, hay un caudal de enseñanzas y confidencias. Todo ello gravita en un solo concepto: la palabra. Y esto se manifiesta con especial énfasis en la palabra escrita, donde se exhibe todas las sensibilidades que el médico a lo largo de su ejercicio y encuentro con la enfermedad y el enfermo. De esta manera el médico, cuando coge la pluma y escribe, trata de que los personajes de su novela se identifiquen con el lector, y que este los vea como algo suyo. Por ello, los personajes no solo se apoderan del escritor mientras los esculpe y modela, sino que, también, lo hace con los lectores que desde un plano diferente se imbrican con un libro. Por ello la emoción debe aletear entre las páginas de una novela, de la misma manera que entre los síntomas de un paciente. El médico debe tratar de que ambas emociones se correspondan. En este nexo de unión es donde radica el éxito de un buen diagnóstico, de un correcto tratamiento, de un adecuado transcurso de la enfermedad y por ende de una buena lectura. Si nos retrotraemos a los autores antes citados, vemos como que todos ellos necesitan salir del enfermo y traspasar sus límites para seguir con su pasión literaria. Ahí es donde radica el verdadero éxito en la medicina. Fueron capaces de traspasar esta barrera de la enfermedad pues como decía Letamendi «el médico que solo medicina sabe, ni medicina sabe». Medicina y Literatura, oficio y pasión, algo innato que solo los médicos pueden entender. Todos quieren, todos queremos mantener esta emoción a lo largo de la vida. Es como una prolongación de nuestro saber y de nuestra alma humanista. Es una continuación de nuestro encuentro con el hombre enfermo, con la persona que sufre, con el individuo paciente. Con ello tratamos de indagar en la etiología de la enfermedad entendida esta como una característica de la vida. El sufrimiento humano toma su mayor sentido en las páginas de un buen libro, donde el médico ha sabido volcar todo lo que le ha transmitido la persona y, por tanto, es capaz de llegar a su plenitud. Antonio Bascones es autor, entre otros, de Muerte en la Academia, Ayer y El pasado siempre vuelve. |
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