El arte de pensar —¡sí, porque pensar es un arte, lector, no se engañe!— es una «obra harto perturbadora», como rara vez suelo etiquetar algunas de mis lecturas. ¿Enseñar a pensar (crítica y creativamente) con un lenguaje ameno y limpio, a la vez cargado de prudente profundidad, y con ejemplos de la vida cotidiana fáciles de atrapar al vuelo? La Filosofía es una oscura sala de máquinas. ¿Acaso es posible? Sólo basta que alguien encienda una luz. Recuérdense las palabras de Ortega y Gasset: «La claridad es la cortesía del filósofo». José Carlos Ruiz —por cierto, filósofo no sólo de corazón— pone de relieve en estas hojas lo vital que resulta ser la labranza del pensamiento personal, sobre todo, si uno desea resolver los llamados problemas del frenético día a día de nuestro tiempo. Se vive a velocidades vertiginosas, sin tiempo para concederse uno mismo tiempo. El propio autor escribe en el ecuador del libro cómo «el modelo de vida que se impone es instantáneo, rápido, fugaz, donde la paciencia, la reflexión y el análisis no son el paradigma de los tiempos actuales». Cada una de las páginas se presenta como un oasis en el que beber y demorarse. La obra pacta una tregua con la celeridad para frenar el curso del tiempo y dedicarse a aprender. Esas letras bien dispuestas buscan impulsar y, con el impulso, fortalecer el pensamiento y la capacidad de reflexión. Sepa, lector, que si rebusca en esta obra encontrará un enfoque práctico, activo, «retador» —cada párrafo reta valientemente—; una claridad virtuosa; un lenguaje accesible y abierto a todos los públicos; una degustación de temas que enriquecen cada capítulo; una rigurosa «investigación divulgativa» —no toda investigación es de naturaleza puramente académica—; y una comparsa de ejemplos y circunstancias corrientes de la vida que, en lugar de desvirtuar el contenido del libro, allanan el inmenso camino que es el ejercicio del pensamiento. En boca del autor: «El pensamiento crítico es el mejor instrumento que tenemos para construir nuestra identidad. Es la capacidad de analizar los diferentes contextos que nos iremos encontrando a lo largo de la vida y hacerlo desde nuestra propia circunstancia. Es una herramienta que traemos de serie y que tenemos que aprender a manejar por medio de la práctica». En síntesis, y en un tono más personal, diría que la obtención de un pensamiento crítico son los cimientos de una vida no totalmente plena, sino feliz. Sencillamente, si uno sólo escucha su voz interior, si nada más se atiende a lo que uno piensa, defiende a regañadientes o cree saber, el pensamiento crítico no se ejercita. Así las cosas, «vivimos en un mundo donde la imagen ha ganado el terreno a la palabra». Hoy, parece que el buen pensar es un reto quijotesco, parece que el ejercicio del pensamiento es un arte de valor incalculable porque requiere tal cantidad de horas que uno siente verdadero vértigo. Henos aquí ante un desafío no sólo intelectual, sino profundamente personal. En efecto, sí, es una «obra harto perturbadora» porque en su esencia, en su razón de ser, se encuentra grabada a fuego la locución latina sapere aude («atrévete a pensar»). El lector hallará en ella el combustible necesario para trastornar el orden y el porqué de sus ideas y para alertarse de la quietud que le impide, en ocasiones, apreciar el arte de pensar. |
Universidad de Sevilla. Subdirector de «Claridades. Revista de Filosofía» |
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