Por este libro pasan aproximadamente unos trescientos personajes. Sin duda son muchísimos más los que han pasado por el histórico Café Gijón del Paseo Recoletos. Pero no todos tienen méritos suficientes para aparecer en este relato memorial del autor que es, probablemente, arbitrario y a merced de los designios no siempre objetivos ni neutrales del mismo. Para pertenecer a la tribu del Gijón hay que haber sido un bohemio cuando todavía existía la bohemia, tener detrás a la policía o, por lo menos, a la dueña de la pensión en que habitabas y que no veía la forma de cobrar. Y estar más nutrido de vino, libros y tiempo ocioso, que de buenos alimentos. Haber amado hasta la extenuación y ser amado hasta el límite. Y haber participado en querellas de amor y en incruentas, aunque malvadas, reyertas literarias. Imprescindible un vislumbre de gloria, aunque sin demasiadas expectativas. Con estas exigencias, la condición de gijonero queda necesariamente restringida. El término "canalla" no es estricto y tiene más de muchedumbre y ternura que de maldad, es decir, participa de la grandeza y las miserias de la picaresca española. Este libro es, sobre todo, generoso; pese a lo cual, a algunos se les podría advertir: temblad, temblad malditos.
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