¿Qué es el bien? ¿Qué el mal? ¿Qué el arte? ¿Qué son los sueños? Estas y otras preguntas se esconden en la trama de una novela que narra la tortuosa investigación de Darío Tienda, detective obsesionado con la violación sin resolver de Alicia Manzanares, sucedida hace ya más de una década. No se recomienda su lectura a ideófobos, buenos y justos; proselitistas, a liados, o correligionarios de cual sea secta política o religiosa y otros tantos tipos de inquisidores. Es, en cambio, ideal para todo aquel dispuesto a reconocer en sí mismo la verdad incómoda que desmonta toda moralina: que nada humano nos es ajeno. No sólo humano. Nada real nos es ajeno. Por ello, la búsqueda de uno mismo es, al mismo tiempo, el aprendizaje de la realidad. Ambas ambiciones son las causas que durante más de cuatro años han germinado en Lesa Majestad: proyección en un mundo literaturizado del conjunto de conclusiones provisionales del autor. Ideas sobre lo humano y lo divino que parten de un primer reconocimiento del estar equivocado. Una caída hacia Damasco que abre los ojos ante el conocimiento de la verdad, muerte en vida que facilita el encuentro del arte, olvido de uno mismo que entabla el diálogo con Dios.
Nací el 15 de enero de 2002. Soy de La Puebla de Cazalla, Sevilla. Como todos, era la rana en la olla que hierve poco a poco: niño indiferenciado con el mundo, omnipotente del pensamiento. Leí como método
para llegar a alguna parte. Ahora escribo, y porque lo hago obligado, y porque sé que toda vuelta es ida, supongo que regreso. Entre tanto, estudié la carrera de filosofía en la Universidad de Sevilla. Antes de Lesa Majestad, varios cuentos, reflexiones, un ensayo y un intento de novela dieron a parar en un libro sin terminar: Un castigo que se perdona. Me considero discípulo de Antonio Escohotado y de Fernando Sánchez
Dragó. De mis fobias y filias provisionales diré que abomino de las mayorías; no me cae bien el que está seguro de muchas cosas, porque no sabe nada, y me cae bien el que no está seguro, porque sabe mucho; respeto al que dedica su tiempo en saber, y le sigo; confío en el conocimiento porque solo en él hay posible redención; me disgusta el que odia, porque denota que ignora y que no hace nada para remediarlo, y repudio al que odia y disfraza su odio de amor.|
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