Acabo de terminar de leer el libro La huella morisca de Antonio Manuel. Sinceramente, no recuerdo un texto que me haya «zarandeado» de una forma tan brutal, que me haya removido tanto las entrañas, que me haya calado hasta la misma médula, desde su inicio. Resulta hirientemente esclarecedor, fulminantemente revelador sobre nuestros orígenes, nuestras raíces culturales e históricas, nuestra esencia misma. Magníficamente ilustrador sobre tanta injusticia, tanta vileza, tanta ignorancia y desconocimiento, tanta hipocresía y sobre todo, tanta falsedad consensuada y dilatada en el tiempo, hasta nuestros días. He conocido el origen de determinadas «liturgias» y símbolos, la raíz de infinidad de expresiones, el sentido encriptado de muchas «letras», de juegos y canciones infantiles que a partir de ahora tendrán para mí otro cariz, otro significado, otras connotaciones. He rememorado con una exactitud sorprendente y dolorosa, determinados episodios traumáticos narrados y vividos por mis ancestros más directos, en primera persona. Este libro me ha hecho reafirmarme en lo que siempre creí, pensé, sentí, defendí, ansié y temí. Me ha reforzado en lo que diferí, lo que detesté y lo que aborrecí... pero ahora me reitero en mis convicciones, con un nuevo arsenal de argumentos que sumar a las razones anteriores del alma y del corazón y a mi bagaje cultural previo. Es un documento absolutamente imprescindible, cuya lectura recomiendo encarecidamente, al arrojar una poderosa luz sobre la etimología de innumerables vocablos, la etnografía de nuestros usos y costumbres, nuestra forma de ser y actuar, en definitiva, las claves de nuestra idiosincrasia. Son 200 páginas de «Verdad» oculta, silenciada, desvirtuada y tergiversada, desgraciadamente hasta el presente más actual. Un libro tan justo como necesario, de un autor indispensable si se quiere ahondar en en el conocimiento insondable, legítimo y preciso de una época como Al-Ándalus, tan deslumbrante y fecunda culturalmente, como injustamente silenciada y relegada al menosprecio y olvido. Junto a este título al que hago referencia, gran parte de su obra (Arqueología de lo jondo, La luz que fuimos) incide en restituir ese honor, en hacer justicia a ese que fue nuestro período histórico más brillante y dilatado en el tiempo, en limpiar y airear, con objeto de sanar, esa sangrante y vil herida. Antonio Manuel es hoy en día más que un autor, un faro que nos alumbra y nos guía. Alguien que pone al fin su hermosa y contundente voz a los que nunca la tuvieron, a los eternos desdeñados, a los oprimidos, a «los nadies» que diría Galeano. Antonio Manuel es un referente actual tan necesario, que si no existiera habría que inventarlo. Y es de recibo agradecerle esta encomiable labor de investigación y difusión, esta sensibilidad y maestría a la hora de narrar y esa generosidad, dedicación y entrega absoluta a la causa, a esta y a todas las perdidas. |
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