Orígenes de lo Flamenco y secreto del cante jondo es una obra germinal. No busquen en ella las ramas de ningún árbol del cante. Tampoco certezas grabadas en mármol sobre sus raíces. No fue esa la intención de Blas Infante. Se limitó a sembrar una semilla con la esperanza de que terminaría arraigando en la conciencia del mismo pueblo que parió al Flamenco. Y a fe que lo ha conseguido. Si son evidentes las huellas de las civilizaciones que nos precedieron en nuestros monumentos, en nuestra gastronomía, en nuestra lengua, en nuestra toponimia, en nuestras costumbres y tradiciones, ¿cómo es posible que no se encuentren en la expresión cultural más nuestra y universal? Si el Flamenco se canta en andaluz, será porque el pueblo andaluz fue quien puso compás, hechura, y nombre a sus palos, a sus cantaores y cantaoras, y al propio Flamenco. En la memoria de los pueblos que forjaron la identidad mestiza de Andalucía (entendida como ese territorio fundacional de lo jondo que incluye a Murcia o Extremadura), se encuentra la memoria de lo Flamenco. Ésa es la teoría que Blas Infante defiende en esta obra: Andalucía y Flamenco son indisociables, como cuerpo y alma. Blas Infante la construye con un método de investigación riguroso, vanguardista y holístico, empleando la etimología, la antropología, la literatura, la musicología o la historia, para entender lo que las parteras del Flamenco habían escrito en el aire. Comienza desmontando todas las hipótesis fundadas en burdas presunciones que pretenden relacionar la palabra Flamenco con el pájaro del mismo nombre y, muy especialmente, con el natural de los Países Bajos. Sin duda, todas ellas adolecen de la misma tara: nada tienen que ver con el universo de lo Flamenco. Ninguna consigue responder, de una manera racional y convincente, cómo este exotismo consigue influir en las estructuras melódicas o en los nombres de un arte esencialmente andaluz. Blas Infante hace justo lo contrario: parte de la memoria del pueblo que lo ha mantenido vivo en sus gargantas para encontrar su origen más remoto. Es una evidencia científica y documentada la persistencia de la población conversa, morisca y marrana, a pesar de los decretos de expulsión en los siglos XV y XVII. Es una evidencia científica y documentada que muchos de ellos acabaron conviviendo con la nación gitana, igualmente perseguida desde el siglo XV y encarcelada en masa en el siglo XVIII. Y es una evidencia científica y documentada que todos estos intentos de exterminio fracasaron porque todavía llevamos dentro trazas de sus culturas, incluidas las que nos dejaron los pobladores castellanos, las personas esclavizadas de África y el trasiego incesante con América. Una de las más reveladoras es el Flamenco. En uno de sus manuscritos inéditos, Blas Infante afirma con rotundidad que si zambra es un término que proviene del árabe andalusí, ¿cómo negar que pudiera ser lengua matriz de lo Flamenco? La estudió y contrastó con el caló en busca de contaminaciones lingüísticas que confirmaran el abrazo entre moriscos y gitanos. Fruto de sus investigaciones, propuso que el origen etimológico de Flamenco podría hallarse en la evolución sonora de dos expresiones en algarabía, el árabe dialectal de Al Ándalus, que el pueblo conservó en sus labios igual que hizo con sus melodías: “fellah”, que significa campesino; y “mengú” (una manera vulgar de pronunciar la palabra “menkub”) que significa desposeído de su tierra, desahuciado, marginado. Y en esa búsqueda incesante de la verdad que se esconde en el corazón del aire, Blas Infante también indagó donde nadie antes lo había hecho: en las músicas del Mediterráneo que se grabaron a comienzos del siglo XX. De los 46 discos de pizarra que se conservan en Dar al Farah, la Casa de la Alegría, una veintena pertenecen a músicas que abarcan desde las clásicas nawbas/nubas de la música culta al Ala llevada por los exiliados andalusíes, vivas en la tradición garnati en los mawales, la sana´a y el ma´aluf , hasta las músicas populares magrebíes o beréberes como el malhum, la sarraba, la aetá, el ash o el gasba, pasando por las místicas sufíes y judías. Un mosaico multicolor al que Blas Infante accedió gracias a compañías discográficas francesas, catalanas y vascas, que le permitieron volver a escuchar las qasidas, moaxajas y zéjeles que se cantaron mil años antes en Andalucía. También habían ocho discos de Flamenco, entre los que se encuentran: caracoles y mirabrás de Manuel Centeno; la petenera Soy como aquel fiel peregrino y la malagueña de Juan Breva La agonía de un Rey, cantadas por Canario de Colmenar; la bulería Yo quisera hablar con Dios y el Fandango del Gran Poder de Manuel Vallejo; La Candonga, bulerías canasteras y el fandango Las lágrimas del querer, en la garganta de José Cepero; unos fandanguillos mineros y unas serranas cantadas por Antonio Grau Mora; fandangos como Y lo llevo a mucha gala interpretados por Niño de la Rosa Fina de Casares, pueblo natal del propio Blas Infante; y jaberas y rondeñas cantadas por el sevillano Antonio Pozo. Y habría que añadir tres más con folías canarias, el himno y cantos de arada gallegos, así como otros cinco de músicas populares rusas y del Cáucaso, donde de nuevo se trasluce la coherencia en las inquietudes de Blas Infante tanto cuando escucha a Scriabin, un enamorado como él de la teosofía y del misticismo oriental, como cuando lo hace con el nacionalista Glinka que fusiona las músicas tradicionales campesinas con el romanticismo más rompedor en Europa. Y, para finalizar, cuatro discos de Antonio Machín (quizá posteriores a su muerte), entre ellos “Angelitos Negros, canción morisca”, y uno de Imperio Argentina con tangos argentinos y cuecas chilenas. Conociendo a Blas Infante, tampoco nos parece casualidad que en la búsqueda de los orígenes de lo Flamenco viaje a la orilla atlántica y al caribe afroandaluz, tan cargado de vestigios negros, moriscos y andalusíes. Con esta mirada multidisciplinar y holística, tan vanguardista para la época, Blas Infante sí que consigue enhebrar el Flamenco a la memoria de un pueblo al que arrebataron todo menos su dignidad y esta divina capacidad creadora. Y no sólo en la palabra Flamenco, sino en todas las expresiones que lo conforman, demostrando que descansan en los mismos pilares del pueblo que ha levantado el templo que es ahora, y que tiene por diosa a Andalucía. Mi agradecimiento al enorme trabajo de recopilación y análisis que ha llevado a cabo la Profesora Manuela Cortés sobre el fondo discográfico de Blas Infante, con el amparo del Centro de Estudios Andaluces y la Fundación Blas Infante. Antonio Manuel es autor, entre otros de Flamenco. Arqueología de lo jondo, La luz que fuimos o La huella morisca |
Intelectual andaluz y profesor comprometido |
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