Pienso, luego navego. Es lo que tienen los veleros: efecto curativo.
Antonio es enviado a la isla de Gran Canaria para hacer unas mejoras en un magnífico yate de vela. Al ser confundido como el propietario del yate y, ante la situación creada, Antonio se ve incapaz de desmentir el error, aprovechándose del hilarante enredo y de los besos de Juliette. Al ser descubierto por su jefe y completamente arruinado, huye de la isla robando un velero. Debido a la mala mar en el estrecho de Gibraltar, se refugia en el puerto de Tánger donde conocerá a Fátima, las circunstancias le empujan a volver a la península sin barco, sin amor y sin trabajo. Desesperado, roba otro velero y prueba fortuna en Italia, su país soñado para trabajar como diseñador y artista. La aparición de unos cuadros de Kandinsky le hace cambiar de opinión, falsificando uno de ellos para estafar a los incautos, ayudado por la bella Caterina. Por desgracia, la operación le juega una mala pasada, refugiándose en la isla de Malta, donde la vida le sonríe, pero por poco tiempo, viéndose obligado a huir de nuevo a Grecia. Sin embargo, cuando todo va mal puede ir a peor... guareciéndose en Turquía. Sin planearlo, tendrá que robar otro velero, enfrentándose a decisiones amargas y trascendentales, pero como esto es una novela, siempre hay una esperanza para un final feliz. El ladrón de barcos es una novela de suspense, con grandes conocimientos de navegación, en el que se entremezcla: la lucha en la mar con sus temporales y la supervivencia a los infortunios del amor. Novela fresca, llena de humor e ironía, tan natural como la vida misma. Por favor, no le sigan los pasos.
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