«Todo hombre es terrible», dice Alejandro Miravete. Pues comprende que la existencia masculina está entrelazada a los afectos y también a los imaginarios puestos, autoimpuestos, superpuestos de los hombres. El poeta los mira desde el borde, con cuidado y también con la certeza de poder asestar un golpe de verdad cuando habla de ellos. Los observa, cercanos, familiares y distantes desde el perímetro que constituye sus geometrías complejas, hasta frágiles. También nada en las profundidades que oscurecen esa hombría hasta devorarlo; explora abismos inacabables en donde solo queda la paciencia que teje la oscuridad. Hay en estos poemas una comprensión de la herida masculina y con ella de todas las memorias que la provocan: el autor habla de la profundidad con que se concibe la hendidura que deja marca en el cuerpo, en el deseo, en todo aquello que toca la mano hosca que los ha confeccionado de la misma manera. «Poco expresan los hombres», dice el autor en ese verso donde él inicia un diálogo ominoso con la herida, con el placer, con la búsqueda de aquello no dicho; donde el poeta observa que el deseo contenido es manera de incendiar la piel de quien deseando necesita esconderse, asumirse escapista de un secreto construido en la noche, donde los cuerpos se acercan y comparten el mismo olor. ISRAEL NICASIO
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